Cuchillo sin filo

Pedro / Rodríguez Mariño / Sacerdote / Doctor Arquitecto Doctor En Filosofía

¿Penitencias voluntarias?... Sí, también

20 de marzo 2010 - 01:00

FRENTE a la valoración positiva de la mortificación voluntaria me ha sorprendido, repetidamente, la contestación de los que la cuestionan. Por qué hemos de mortificarnos más, no tiene ningún sentido, decían, y eran personas de cultura media, que yo juzgaba de mayor nivel espiritual. El tema viene de antiguo, lo registra san Pablo: "Mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles". Los primeros triunfalistas en el Mesías, los segundos utópicos buscadores de la Arcadia feliz; pero ambos concordantes en rehuir el espíritu de sacrificio.

Pero sí son razonables las mortificaciones voluntarias. Si queremos hacer las cosas bien y cosas buenas hemos de vencer tendencias que paralizan o desvirtuan nuestro proceder: la pereza, el egoísmo, el orgullo, el temor al qué dirán o al no me van a agradecer… Sin enfrentarnos a estos impulsos desordenados no habrá un trabajo bien hecho, ni cumplimiento de compromisos o contratos, ni lealtades, ni responsabilidad profesional, ni familias estables, ni calor de hogar en ellas.

Desde un punto de vista espiritual y religioso, desde la fe, la afirmación del valor positivo y necesidad del sacrificio es tumbativa: Cristo vino al mundo para padecer, como resume el verso de un villancico. Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, y en la naturaleza humana se goza con todo lo bueno y con el bien de todos lo que trata pero también padece pobreza, hambre, sed, fatiga del trabajo, incomprensión y deslealtad, y el acoso que culmina en su vida terrena con la Pasión y la Cruz. Además nos ofrece un ejemplo bien explícito de mortificación voluntaria, se retira cuarenta días al desierto como penitente; sin que nadie le conmine va porque quiere, para fortalecer su espíritu antes de su vida pública, dejándonos un modelo magnífico a imitar.

Es interesante no reducir la mortificación de Cristo sólo a los momentos de la Pasión y de la Cruz; es luminoso contemplarle en su vida entera: en el desamparo de Belén, en su vida ordinaria tan humilde de Nazaret, o como desplazado en Egipto; o imaginarle en su vida de formación en la sinagoga y como aprendiz con José; adivinarle en su vida de convivencia social y laboral, entre familiares y vecinos, en continuidad con lo que describen los relatos evangélicos. En ellos vemos que asiste a una fiesta de bodas en Caná, o cómo se desenvuelve con soltura en las reflexiones y parábolas de sus enseñanzas, que le revelan conocedor de los oficios y transacciones de la vida social y económica de entonces, con todos sus intereses y exigencias.

Al Señor, como a nosotros, la vida en su variedad y riqueza de circunstancias nos ofrece infinidad de oportunidades de ofrecer sacrificios y por tanto de convertir mediante la penitencia lo negativo -pereza, egoísmo, temores, etc…- en realidades positivas, que nos perfeccionan y hacen más agradables a Dios y a los demás. Son oportunidades de identificación con Cristo, de afirmar nuestra santidad. Como bien lo expresa San Josemaría Escrivá en un punto de su libro Surco: "Nuestro Señor Jesús lo quiere: es preciso seguirle de cerca. No hay otro camino. Esta es la obra del Espíritu Santo en cada alma -en la tuya-- : sé dócil, no pongas obstáculos a Dios, hasta que haga de tu pobre carne un Crucifijo"

Entre todo el amplio panorama de vivir mortificaciones que más nos favorezcan podemos establecer un orden. Podemos considerar en primer lugar aquéllas que mejoren nuestra unión con Dios, nuestra piedad personal, cómo esforzarse por rezar con pausa y atención, ser generosos para hacer cada día un rato de oración mental, de trato con Dios, o acudir más frecuentemente a la confesión, etc. En segundo puesto quedarían bien valorados aquellos sacrificios que hiciesen más agradable la convivencia, sea laboral, familiar o vecinal: detalles de cordialidad, de servicio, de interesarse por el bien de los demás, de saber escuchar, de informar… Otro grupo de sacrificios muy convenientes serían aquellas mortificaciones que mejoren el propio trabajo: el orden, sacar experiencia, informar adecuadamente si se depende de otros, o facilitar el trabajo de compañeros… Y por último, por no alargarme, son bien interesantes aquellos detalles que favorezcan nuestra generosidad frente a las tentaciones tan abundantes de egoísmo: mis planes, mis ideas, mis intereses, mis gustos…

A la luz de la vida de Cristo todas estas consideraciones no se deben quedar en meras teorías; deben ser ocasión para determinarse, para vivir la fe y la caridad, que se traducirán en maneras de hacer dinámicas y alegres, propias de la cultura cristiana, que llena el ambiente de valores, fiestas y biografías estupendas, en todos los ambientes sociales y a lo largo de la historia. Es el "buen aroma de Cristo" que recoge la literatura cristiana desde los escritos apostólicos.

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