Habladurías

Fernando / Taboada

Pequeñeces

21 de junio 2015 - 01:00

EL peligro que tienen las cosas sin importancia estriba en la importancia que cobran de repente esas cosas cuando quien las hace va y se convierte en alguien importante. Le ha sucedido al que iba a ser concejal de Cultura en Madrid. El sujeto en cuestión, cuando ni por asomo soñaba con ocupar un despacho en el Ayuntamiento, tuvo la ocurrencia de hacerse el gracioso con chistes, no muy afortunados que digamos, sobre las víctimas del terrorismo y sobre la suerte que corrieron los judíos durante el Holocausto. Y claro, como la vida da tantas vueltas que a veces las da hasta de campana, las bromas aquellas le han salido caras. Más que nada porque las bromas están hechas del mismo material que los bumeranes (y por ello no es raro que se le vuelvan a quien las soltó para acertarle en plena dentadura.)

Además, a un concejal de Cultura se le puede perdonar, por ejemplo, que sea un poco analfabeto. O que confunda a Miguel Mihura con el ganadero ese que cría unos toros tan fieros. Pero nadie le va a pasar por alto que vaya haciendo chistes de judíos. Sobre todo porque los concejales de Cultura en Madrid a veces tienen que alternar con personajes como Daniel Barenboim, que es judío y cada vez que lo veo va con un palo en la mano.

Sin entrar a debatir cuáles son los límites morales del sentido del humor, o cuánto tiempo debe pasar después de una tragedia para que se permita hacer chistes sin parecer un depravado, lo cierto es que alguien incapaz de gestionar su cuenta de Twitter (el foro en el que contó este señor sus célebres chistes) tal vez no sea la persona más indicada para gestionar la Cultura municipal en la capital de España.

Independientemente de que se llegue a concejal, hay que apechugar con las cosas que se dicen en público. Yo no debería extrañarme si, después de haber firmado los artículos que he escrito, en un futuro encontrara dificultades para llegar a ser arzobispo de Granada, o presidente del Fondo Monetario Internacional. Sé que, entre otros motivos, por culpa de mis opiniones tampoco llegaré nunca a ministra de Fomento, pero es el precio que hay que pagar por expresarse libremente. Aunque lo que se diga carezca de importancia.

Lo subrayo porque las chispas no suelen asustar a nadie, pero hay que tener cuidado si donde saltan esas chispas hay un polvorín cerca. Algunos detalles dejan de serlo según las circunstancias, y si comer chucherías en principio no reviste gravedad, tampoco es menos cierto que estar mascando chicle en un funeral de Estado puede ser más gordo de lo que parece.

¿Y acaso voy a dejar pasar la ocasión de hablar de los detalles sin mencionar en este artículo el calzado que eligió nuestra alcaldesa para la ceremonia de investidura? Pues sí, lo voy a dejar pasar. Entre otras razones porque el extraño caso de sus sandalias menguantes y de los dedos en fuga tampoco deja de ser otra cuestión sin la menor importancia.

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