Es curioso cómo el ser humano piensa en ser único, en ser él mismo con toda su esencia, capacidad de opinión y libre albedrío. El hombre nace y desde ese instante, comienza a ser influenciado por una familia, un entorno, una sociedad y la televisión. Y a propósito de ésta, me gustaría a mí saber quién es alma pensante que decide unilateralmente lo que va a nutrir el joven y tierno cerebro de nuestros hijos. Llegamos y ya estamos etiquetados. Todos medidos por el mismo rasero. Todos debemos estudiar las mismas materias, te gusten o no te gusten, seas o no seas apto para ellas, para su entendimiento y disfrute, hasta que nos decidimos, si eso, y cuando llega el momento justo, por alguna carrera universitaria.

- ¿Y si la carrera que yo he venido a hacer todavía no existiera? - me pregunta mi hija que el próximo año comienza un bachillerato con miles de dudas aún sobre lo que quiere hacer para el resto de su vida. Gran pregunta para una adolescente de dieciséis años.

¿Y si el ser humano formase parte de un ser aún mayor? ¿Y si fuésemos más similares a nuestro propio cuerpo de lo que pensamos? ¿Y si cada uno de nosotros fuésemos como los órganos y las células de ese cuerpo? Nunca le pediríamos a un glóbulo rojo que se comportase cómo glóbulo blanco, no le pediríamos a un páncreas que aprendiese y se comportarse como un estómago.

Generalmente el ser humano suele maltratar su cuerpo con todo tipo de emociones y de sustancias nocivas, pero, sin embargo, cuando goza de salud, todo en él funciona en perfecta armonía homeostática. Cada parte sabe a la perfección su tarea, su puesto, su valor y su destino.

¿Y si la verdadera razón de estar en este mundo es saber lo que has venido a hacer? Hazte esa pregunta, le digo a mi hija, obsérvate... eso lo sabes, y lo sabes solo tú.

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