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Durante la dictadura española fueron muchos los profesores que vivieron la entrada en sus clases de los comisarios políticos para que pudieran vigilar que enseñanzas estaban aplicando. La democracia trató de vencer, a pesar de que algunos partidos querían y quieren imponer todo lo enseñable, estas reticencias e impulsó incluso la libertad de cátedra universitaria. Pero nuevamente, y esta vez por razones sanitarias, los profesores y alumnos van a ser seguidos y perseguidos ante el más mínimo signo de malestar físico.
Es evidente que hay diferencias palmarias entre los dos brotes vividos en España. En el primero se colocó a toda la sanidad frente al coronavirus y se refugió al resto de la población. Los fallecimientos de nuestros mayores, más de un 95% del total, han dejado un vacío importante que muchos tratan de disimular. Pero ahora llega una nueva "anormalidad", y frente a ella vamos a colocar a todo el sistema educativo sin refugio para nadie. El problema es que el resultado puede ser igual de calamitoso que el anterior si, donde antes se infectó el personal sanitario, ahora lo haga el personal docente. Porque basta ver las tasas de fallecimientos por edades para comprender que el riesgo que corren nuestros hijos es infinitamente menor que el de nuestros profesores. Sin embargo, solo pensamos en protocolos para el contagio de niños por clase, sin pararnos a pensar en dicha posibilidad entre sus maestros, que sí tienen en muchos casos un riesgo de complicación superior.
Curiosamente todos nuestros gobernantes parecen temer más el fallecimiento de un solo niño que los más de 50.000 muertos que ya no están con nosotros. De lo contrario no habría tantas dudas en las tomas de decisiones ni tantos vaivenes competenciales. Porque en el fondo el experimento que realizamos es el contagio de rebaño entre nuestros jóvenes, con la esperanza de proteger paralelamente al resto de los mayores. Pero el problema radica en que hay un vector que conecta ambas poblaciones, el profesorado, y no parece que vayan a ir enfundados en EPIs para dar sus clases. Por tanto, volvemos a pedir a un sector de la población que arriesgue su salud por el bien de los demás y eso es, cuanto menos, un reconocimiento que les deberá nuestra sociedad. Aunque, para ofrecer una luz de esperanza, recordemos la frase de Isaac Asimov, "las dificultades se desvanecen cuando se enfrentan con valentía".
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