Puigdemont y Rubiales frente al mar

Puigdemont y Rubiales muestran las diferentes barras con las que medimos lo que ocurre

Hace no mucho unas personas, de manera organizada y consciente, planificaron un golpe de Estado contra la mayoría de los españoles. Repitiendo que les asistía el derecho a decidir y que sólo querían votar de modo pacífico, pretendían lograr la secesión de Cataluña y olvidaban que la Costa Brava, el Pirineo leridano o el barrio del Raval, pertenecen a todos los ciudadanos y no sólo a los catalanes y catalanas que les votan. Usaron recursos públicos para poner en marcha el proceso y mintieron incluso a sus seguidores al decirles que contaban con el apoyo de Europa. El resultado es bien conocido. Cataluña dejó su puesto de principal motor de la economía española y sus representantes convertidos en los cómicos oficiales del Congreso. Para los ya juzgados y condenados por un tribunal con penas por sedición y malversación se solicita ahora el perdón en forma de amnistía. Algunos dicen que se trata de algo imposible no reconocido en la Constitución. Otros discrepan, pero todos coinciden en que habría que aprobar una ley orgánica que requeriría de la mayoría del Congreso y lo más probable es que el asunto acabara dirimiéndose en el Tribunal Constitucional. “Por la Paz un Ave María”, esgrimen los partidarios de zanjar el asunto. Para otros se trataría de un pésimo precedente que los que atentaron contra nuestra convivencia, “se vayan de rositas”.

Ahora imaginemos, sin que eso suponga frivolizar en lo más mínimo la gravedad del inaceptable comportamiento de Rubiales, que alguien dijera que habría que perdonarle, argumentando que sus actos fueron motivados por el entusiasmo del momento. Y que su comportamiento fue machista, soez y altivo, pero que pidió perdón; que le movió la alegría por un triunfo histórico, y que en el beso había tanto de cariñoso reconocimiento como de ultraje. Imaginemos que quien lo dijera fuera imprescindible para que se formara un determinado gobierno y que en aras de la gobernabilidad se excusara el intolerable abuso cometido por el macho alfa de Rubiales. Sería un escándalo. Se trata de dos casos distintos, pero que muestran las diferentes barras con las que medimos lo que ocurre. Quizás habría que recluir a ambos en Perejil, aquel islote que reconquistó Trillo “Al alba y con tiempo duro de Levante”. Allí aislados ambos ,uno se sentiría independiente , y el otro emocionado por las puestas de sol sobre el Océano, podría darse “piquitos” con las cabras que habitan tan emblemático lugar.

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