Cuarto de Muestras

Rastros de vida

Ni la maternidad de la Obregón robaron mi atención

Hay días, pido disculpas por ello, que me dejo llevar por el ruido de la calle y sucumbo a hablar de política o de esos temas de actualidad que cuando llegan al papel ya nos han aburrido a la mayoría. Siempre hay un tema candente incluso cuando no pasa nada. Sobre algunos asuntos caigo porque si callo siento que incurro en delito de silencio, sobre otros, tengo la vana pretensión de creer que puedo decir algo distinto y, sin darme cuenta, formo parte del mismo ruido.

Esta semana ni la extraña maternidad de la Obregón ni las aguas de Doñana ni el baile de Matilda, la activista de París, han conseguido robarme la atención ante lo verdaderamente importante. Me ha ocurrido lo mismo que en tiempo de la pandemia cuando sólo eran noticia las cifras de muertos y hospitalizados, que me he vuelto al sillón, he cogido mi libro y me he entregado a él como si todo lo de fuera no existiera ni fuera conmigo.

A qué reflexionar sobre pequeñas noticias si acaba de publicarse "Éramos otros" el nuevo diario del Salón de pasos perdidos de Trapiello cuya obra perdurará por los siglos. En sus páginas está el vivir literario y personal del mejor escritor español.

Y en estos días un poeta hondo y silencioso, José Mateos, frágil como todos los verdaderos poetas, ha presentado su mejor libro "La hora del lobo". Apenas habla de él por pudor, por puro rechazo a que se confunda su obra con su carne herida. Un libro que es un canto a la vida y a la amistad, a cuya fuente misteriosa acuden los ruiseñores. Un poemario que nos descubre que todos llevamos algo divino dentro. Un clásico que podríamos entonar como nuestro y que deja el rastro de algo eterno.

Cómo hablar aquí de tonterías si Pedro Serna inauguraba su exposición en la Caja Rural en Sevilla, ofreciéndonos su pintura delicada y misteriosa, su mundo apenas intuido pero lleno de movimiento y transmisión. La fragilidad de El Paula y su grandeza, el barroquismo de Morante retratado en un desconcertante vacío que es el presente de la Fiesta. Serna sabe pintar a los mejores toreros y de él escriben los mejores poetas. A la Real Maestranza de Caballería de Sevilla debería avergonzarle no tener un cartel suyo a estas alturas.

Hablarles de cualquier otra cosa no sólo es contribuir al ruido sino silenciar aquello que tiene voz propia, capacidad de conmover y de hacernos mejores. Entreguémonos a ello, aprendamos a vivir.

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