El balcón
Ignacio Martínez
Sin cordones sanitarios
Será por eso que los agoreros dicen de que este país se va a pique por lo que hemos tenido una Semana Santa con ocupación hotelera y hostelera récord, y que todas las previsiones amenazan con que el verano se van a batir todas las marcas conocidas. Será, porque algo no me cuadra entre las previsiones apocalípticas y las descripciones oscuras y lo que se ve en el ansia que nos ha entrado por gastar dinero.
A lo mejor es que nos vemos tan perdidos que hemos decidido tirarnos todos al río, pero van ustedes listos si pretenden encontrar alguna plaza en restaurantes y hoteles para este próximo puente, y yo diría que incluso para el de la Inmaculada, que parece tan lejano pero no.
Los hosteleros y el sector turístico se frotan las manos con lo del esperado récord, y esta palabra se ha convertido en una especie de tótem al que todos adoran, esperando el maná del turismo concebido de una sola manera: los números. Eso sería normal entre los interesados directamente, es decir los empresarios a los que tiene que preocupar sobre todo su cuenta de resultados. Lo malo es que las 'autoridades' manejen solo idénticos pensamientos.
Veo y oigo a alcaldesas y concejales celebrar la avalancha prevista. O aplaudir proyectos como el del Beach Club (los nombres en inglés siempre parecen mejores) de El Palmar, que prevé un complejo de piscinas y ocio en una zona no precisamente sobrante de agua, en tiempos en los que ya estamos en una de las temibles y cíclicas sequías. Proyectos que prometen mucha gente, mucha diversión… y mucho gasto público. No está prevista sin embargo, la necesaria inversión en servicios e infraestructuras, ni la regularización esperada desde hace décadas por los numerosos vecinos del área.
El récord es el objetivo, como si de la preparación para una Olimpiada estuviésemos hablando. Sin reparar en las consecuencias ni en si estamos preparados para el alud. Nos entregaremos en los brazos de la locura viajera y visitante que a la gente le ha dado, sin mirar bien las consecuencias, porque a fin de cuentas el invierno es muy largo. Y no nos preocuparemos de si los centros históricos se convierten en inhabitables para los vecinos, reservados a los apartamentos turísticos e imposibles por los precios, y henchidos de griterío y carcajada nos pondremos de acuerdo en que para qué queremos la aburrida serenidad.
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