Los matemáticos tenemos debilidad por nuestro colega británico, el galés Bertrand Russell, una de las figuras más conocidas del pensamiento científico. Vivió entre 1872 y 1970 y Dios lo dotó de una capacidad extraordinaria para comprender y reflexionar sobre nuestra realidad. Sin embargo no salió jamás de un agnosticismo que yo calificaría de reaccionario. Tanto es así que uno de sus libros menores -Por qué no soy cristiano- pertrechado con conferencias y artículos, al uso de los editores avispados, constituye uno de los recursos más eficaces que conozco contra el agnosticismo. Comprobar cómo un personaje de esa dimensión se empobrece buscando inútilmente el modo de descartar a Dios de nuestra existencia es, cuando menos, revelador. Te hace sospechar que Dios existe.

Russell se refería a la matemática como una prioridad en sus intereses intelectuales. La dedicación a la matemática era para él una tarea suprema en la que poner a prueba la inteligencia. Decía que cuando uno era joven debía dedicar su tiempo a la matemática, después, ya en la madurez, a la filosofía y, una vez bien armado el constructo de sí mismo, a la política. ¡Qué más quisiéramos que tal fuera y se diera en los que en un momento dado, optan por volcar sus afanes y saciar sus expectativas en el noble ejercicio de la política!

La tentación de situarse en política es relativamente frecuente entre personas que piensan en su propia notoriedad y creen tener una imagen grata para el personal de a pie. Al contrario de lo que por lo general pretenden, que es animar a su ego a no quedarse rezagado, están convencidos y quieren convencer a los demás de que su probada valía, que dan por supuesta, dejará con la boca abierta a la masa electoral, ávida de salvadores del pueblo y, ya puestos, de la humanidad.

Russell recorrió ese camino desde la matemática a la política sin solución de continuidad. A lo largo de una rica ruta en la que animado por la curiosidad y con la ayuda instrumental de una gran inteligencia, se situó en la política contra la destrucción y la barbarie, contra el mal uso de la ciencia.

Quizás fue un social liberal al más puro estilo europeo, pero eso es lo de menos, lo importante es que llegó a la política no para servirse de ella ni para ser, en definitiva, una pieza más de una bien organizada oligarquía. Este año se ha cumplido el centésimo quincuagésimo aniversario de su nacimiento en la pequeña ciudad galesa de Trellech.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios