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Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

¿Recuperamos el concurso de escaparatismo de la Fiesta de la Vendimia?

Uno de los escaparates de la Fiesta de la Vendimia elaborado por José Guerra Carretero.

Uno de los escaparates de la Fiesta de la Vendimia elaborado por José Guerra Carretero.

Hombre precavido vale por dos. El Ayuntamiento de la ciudad ha sabido anticiparse a las circunstancias climatológicas. Y, de paso, en dicho ínterin, nos ha regalado a la ciudad como una especie de prórroga del siempre prenatal instante de la pisa de la uva. Convocatoria jerezana por los cuatro costados de sus puntos cardinales. Para las retinas de los jerezanos -y para el iris de sus recuerdos más entrañables- la pisa de la uva posee un arsenal de belleza estética difícilmente parangonable. Al feliz natalicio del vino se une como esa especie de rito ancestral tan genuino de esta bendita tierra. Enseguida nos retrotrae a nuestra niñez de sol y sal. E incluso a rescates de libros referenciales como el tocho ‘Andalucía’ de José María Pemán -con sus ilustraciones de tanta pureza de la década de los cincuenta-. En la pisa de la uva retomamos el cincel de una renovación, el parto sin dolor, el ritual sin placenta previa, el gozo nutritivo del final de la cosecha-. El paritario del lagar -como recipiente, como balsa andaluza- se insufla de vientos del antiguo Egipto. Y entonces sobrevuela como una fermentación a la romana de nuestros ancestros. Es la imaginación combinatoria la que marida la capacidad de abstracción y correlato. La libertad recreadora. En la pisa de la uva la redacción de los acontecimientos no comete ningún desacato, sino todo lo contrario: coexiste como una divagación incluso vanguardista de expresiones también de nuevo cuño. Y terminologías como gañanía, molienda, estrujado, racimos, vitivinicultura a nadie engaitan.

Artísticamente la pisa de la uva propone escenarios trasladables al preciosismo de la miniatura. En este punto -aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid- saco a colación el otrora pujante concurso de escaparates de la Fiesta de la Vendimia -que conociera la égida de máximos esplendores bajo el talento de algunos artistas tales José Guerra Carretero-. Quizá responda -aquella costumbre bienquista- a una idea rescatable. Funcionó mientras recibió el mimo transversal de varias instituciones. Principalmente los comercios que apostaban por el escaparatismo promocional de la Fiesta de la Vendimia y las firmas bodegueras que aportaban el material suficiente para tamaña propuesta decorativa. Ningún artesano del género pecaba de jactancia. Ni florecían rivalidades como una protuberancia otoñal del ego. El foco sólo se colocaba en el resultado final. ¡Menuda promoción de Jerez tras las cristaleras de los comercios del centro! Entonces cobró brío el concurso de escaparatismo de la Fiesta de la Vendimia. Al citado Guerra se debían por ejemplo, unos muy logrados dioramas cuya traslación representaba el interior de bodegas -o incluso todo el índice de labores propias de las mismas tanto a mediados del siglo pasado como durante la década prodigiosa y fechas sucesivas. Cuando la imaginación exprime su virtud, la fantasía sale a flote.

Los artículos vinícolas matrimoniaban -en la aritmética sorpresiva de la simetría- con botellas, vides, venencias… Y, por descontado, catavinos. El escaparatismo de tal naturaleza comenzaría a finales de la década de los cuarenta del siglo XX. Los más viejos del lugar solían contar que, grosso modo, se establecieron dos tipologías -o, por mejor decir, dos categorías- de recreación en el arte del escaparatismo de la vendimia: el que -en sentido lato sería más comercial- exponía los géneros de una bodega concreta -esto es: los propios de las marcas- y, en segundo término e igualdad de tratamiento- los productos que vendían los mismos comercios (sólo podría incluir esta opción elementos de bodegas pero en ningún caso elaboraciones de marca). Ahora bien: determinadas bodegas sí participaban estilando ambas categorías a la vez: dícese de González Byass, Williams, Domecq, José de Soto o Palomino y Vergara, entre otras. Para las nuevas generaciones de jerezanos hemos de reflejar algunos otros artistas de relumbrón como José Alfonso Reimóndez ‘Lete’ -quien tanto fructificara en pro de la ciudad: belenismo, cofradías, diseño de la estética de la Feria de Jerez, etcétera-. O el clásico escaparatista de almacenes Tomás García: Manolo Monroy. JUVA y Sollero igualmente fueron punteras en la destreza de sus escaparates durante el tiempo de la vendimia. ¿Podría -me pregunto- recuperarse esta iniciativa ahora quizás centrando las miras en jóvenes promesas del escaparatismo provenientes -es un poner- de Artes y Oficios y de Bellas Artes?

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