Esta semana he tenido la sensación que el ambiente político vive la resaca de muchos días de excesos. Tras semanas de un tono político, bien ampliado por los medios, que ha superado los límites de lo imaginable. Tras una campaña donde las propuestas, que tanta falta nos hacen, han estado rodeadas del ruido del insulto, la descalificación, el bulo repetido, la manipulación en las redes sociales; la actitud ahora de algunos se parece a la del borracho que a sabiendas de las barbaridades que hizo o dijo trata de corregirlas. La secuela del disparate es oír al que ofrecía ministerios a Vox calificarlos de "ultraderechistas", como si hubiera descubierto tras delirium tremen lo que era notorio. Contemplamos atónitos al que marcaba, con pupilas dilatadas soberbias líneas rojas, satanizando al adversario por golpista y anti español, como al socaire de la presión de los poderes económicos, como de la CEOE y la Botín, se sitúa en posiciones aparentemente centradas.

Todo este gazpacho se aclara cuando la razón colectiva se impone a las emociones manipulables. El mensaje es claro, se otorga una amplia confianza al PSOE para que pueda construir un proyecto de gobierno sobre las bases de los cinco grandes travesaños que ha sostenido en la campaña: medidas que reequilibren los niveles de desigualdad, uno de los más altos de la UE, medidas que incentiven y fortalezcan la cohesión social y la convivencia territorial, incluyendo el problema catalán, medidas de regeneración institucional y democráticas, blindaje legal de derechos y política fiscal progresiva suficiente y justa. A la vez la distribución de las confianzas otorgadas implica la necesidad de construir consensos, con otras fuerzas, para alcanzar esos objetivos. Por si acaso los Sindicatos lo han recordado el pasado miércoles.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios