En tránsito
Eduardo Jordá
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Dejé de ver series de televisión, y simplemente la televisión, cuando me di cuenta, sin necesidad de prescripción médica, de hasta qué punto eso beneficiaba a mi salud. El virtuosismo ha llegado al punto de que, encerrado a solas en una habitación de hotel, ni caigo en la existencia del aparato que ocupa media pared. Lo considero como prueba del nueve de mi cura y, sinceramente, me siento orgulloso de poder decirlo. Recuerdo que cuando empecé a convertir el malestar en voluntad libertadora, las series de vocación familiar ya ofrecían sin excepción una visión degradada de la paternidad que entonces, padre ejerciente, me sabía a acíbar. No quiero saber qué modelo paterno se promoverá ahora, en consonancia con los tiempos, si ya hace quince o veinte años no había más que padres bobos, cutres y ridículos sobre los que se ejercía la implacable pinza de la complicidad entre las madres -avispadas, comprensivas, modernas- y la abyecta prole.
Cómo estarán las cosas que en una reciente entrevista, María Calvo Charro, autora de Paternidad robada (Almuzara), nos advierte sobre el "borrado de la paternidad y la masculinidad". La profesora de la Carlos III pone el dedo en la llaga cuando afirma:"Hoy es muy común que al padre se le exija ser una mamá bis, que actúe de acuerdo con un modelo femenino maternal y se olvide de los atributos típicamente masculinos". La clave de una declaración así es que sólo podría hacerla una mujer, pues los hombres estamos inhabilitados para exponer nuestras convicciones o sentimientos acerca de nuestra propia misión en la vida, no digamos en la familia que más o menos a medias contribuimos a crear. "Hemos encerrado la esencia masculina bajo siete llaves -porque aquello relacionado con el hombre se considera perturbador y perjudicial- y nos hemos descompensado. Yo lo llamo "la tristeza del hombre tranquilo", que está aclimatado al hogar y a los hijos, pero que no es feliz, porque ha perdido su potencia y su capacidad generativa". Esa tristeza del hombre tranquilo que descubre María Calvo, esa angustia que tan difícil resulta manifestar a la esposa, hasta tal punto es incomprendida, a veces estalla, más a menudo lleva a una progresiva retirada en la que anidan aventuras, adulterios y abandonos. Redescubrir el auténtico valor de la paternidad podría ser un buen propósito para el cercano "día del padre", festividad del patriarca san José que sí supo proteger, cuidar y educar.
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