Tierra de nadie
La amistad, bien o mal entendida
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Así como en la vida familiar y social el respeto constituye un pilar básico sin el que muy probablemente el propósito de desarrollarlas con sosiego resultará fallido, también en política es absolutamente indispensable que sus actores se muevan dentro de los límites de un sentimiento que constituye la esencia de las relaciones humanas y de la convivencia en comunidad. Respetar es valorar a los demás, reconocer la dignidad de cada persona como tal. Se trata, no se olvide, de un derecho y de un deber. De lo primero da cuenta la razón que nos asiste para exigir del prójimo un trato acorde con nuestra honorabilidad. De lo segundo, la obligación que cada cual tiene de actuar de la misma manera para con los otros. Respeto y tolerancia son dos valores que se insertan en el núcleo mismo de la verdadera democracia. Si tolerar es aceptar de forma consciente comportamientos y pensamientos distintos a los nuestros, el respeto añade consideración y aprecio por lo ajeno, dotar de significancia a lo diferente, incluso a aquello que pugna con nuestras propias ideas.
Parece evidente que, hoy y aquí, ambas nociones están en una profunda crisis. Bajo el manto de una hiperelástica libertad de expresión, el discurso político se compone principalmente de insultos, descalificaciones, insolencias y ofensas sin número. En la era de lo políticamente correcto, que en teoría clama respeto, ésta es una palabra que se esgrime con mucha más soltura de la que se maneja. Incomunicadas las trincheras ideológicas, esto es, instalada la intolerancia, es casi imposible atisbar un mínimo rastro de respeto. El auge de los populismos y de su lenguaje pendenciero, la soberbia convertida ya en condición sine qua non para alcanzar el liderazgo y el cortoplacismo que inutiliza cualquier intento de comprensión mutua, dibujan un panorama político irresponsable y plagado de victorias inútiles.
El único modo de confrontar ideales en busca del bien común es a través de un diálogo sincero, que todo lo soporta menos la fuerza y la imposición. Pero esto exige respeto, algo que no están dispuestos a concederse los adversarios transmutados en enemigos.
Afirmó Churchill que "coraje es lo que se necesita para levantarse y hablar, pero también lo que se requiere para sentarse y escuchar". Es esa valentía la que falta en nuestros actuales políticos, amoldados al caudillaje, neciamente sordos, orgullosos de no sentir respeto por nada ni por nadie.
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