HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano /

Ricos y libres

18 de octubre 2011 - 01:00

POR más que recabamos información cumplida sobre el movimiento que ha tomado para sí el monopolio de la indignación, seguimos sin saber qué tiene en común en los distintos países donde se ha manifestado. En Estados Unidos ha sido una marcha con mayoría aplastante de negros y con la policía vigilante para actuar con contundencia si degeneraba en disturbios. En España, muchachos de la clase media y viejos progres melancólicos, en connivencia con socialistas millonarios y comunistas sin clientela, han salido a la calle sin permiso, tolerados por las autoridades y con la policía avisada para no intervenir. En Italia, una chusma ha destrozado coches baratos y metido fuego a los portales de viviendas de gente pobre, sin saber que los coches buenos de los ricos no se aparcan en la calle y entre la primera verja de sus casas y la fachada principal hay tres kilómetros bien guardados a prueba de indignaciones. En China, Cuba, Venezuela, Haití, Corea del Norte, Somalia, por citar algunos ejemplos, no hay indignados. Debe ser un movimiento para ricos y libres y, por tanto, imposibilitado para ser global. La globalización es otro mito moderno.

Si partimos de la constante histórica, sin excepción, de que no hay revueltas espontáneas ni caudillos inocentes, todo el romanticismo que la eterna ingenuidad humana quiera atribuir a los 'indignados' será un error, pero de errores repetidos está la historia llena, además de ese espíritu flagelante de la especie humana que la inclina a repetirse y dañarse a sí misma con la ilusión de que el error sea acierto al fin. Los indignados no tienen recambio para el Sistema. No hay otro. Las leyes básicas de la convivencia y de la economía son las mismas por las que se regían las tribus prehistóricas. Luego, se matizan, se perfilan, se afinan, se adaptan, se reforman, se suavizan y lo que el sentido natural de la justicia y la necesidad aconsejen en cada momento histórico, pero no hay otro Sistema. Los intentos de cambiarlo han fracasado todos. No cambia el Sistema igual que no cambia la naturaleza humana.

La izquierda capitalista, pues no hay otra en Europa y casi en el mundo, se ha unido a los manifestantes para buscar una alternativa al capitalismo y, de paso, a su gran enemiga: las libertades de las personas para pensar, relacionarse, hacer negocios y desarrollarse humanamente, según la habilidad e inteligencia de cada uno. Detrás de la 'indignación globalizada', que no obtendría muchos votos si fuera un partido político, acechan los tiranos. Acabar con el capitalismo para conseguir una sociedad más justa es la consigna que los dictadores esperan para sentirse legitimados y ofrecernos sus bondadosos servicios. Todo, como es de esperar, en nombre de la Libertad con mayúsculas, que coincide siempre con la del dictador que nos toque.

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