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EL presidente de la patronal española CEOE, Juan Rosell, que es catalán, describió ayer en lo de Carlos Herrera la situación que se derivaría de la independencia de Cataluña, tanto para Cataluña como para el resto de España. Lo hizo en pocas palabras. Qué digo en pocas, en dos palabras: "Una barbaridad".
Rosell, que se muestra partidario de reformar el Estado de las Autonomías y llegar a un pacto sobre su financiación, pero entre todas las comunidades autónomas y no sólo para Cataluña, ha venido a desvelar un aspecto de la independencia que permanecía sepultado en la batahola de sentimientos, declamaciones y proclamas que ha seguido a la manifestación de la Diada y su absorción por Artur Mas. ¿Cuál es el precio de la secesión?
"La pela es la pela". La expresión se le endosa a los catalanes, probablemente con notoria injusticia, como elemento definitorio de un presunto carácter nacional, cuando, en realidad, se podría aplicar con propiedad a los lugareños de otros territorios. "Con las cosas de comer no se juega", se dice en toda España, donde tampoco somos timoratos a la hora de defender los bolsillos propios. Lo que pasa es que en la actual eclosión independentista se ha hablado de la pela de manera reduccionista: Cataluña aporta mucha pela a España y recibe poca pela de ella. Pero el dinero de la financiación autonómica es sólo una parte, menor, del flujo económico que se produce entre Cataluña y España.
Puesto que el flujo circula en las dos direcciones, la ruptura traería perjuicios para las dos partes. Como siempre que se escinde un todo superior en dos unidades menores. Como ha escrito aquí el profesor Rafael Salgueiro, los beneficios que proporcionaría a Cataluña controlar todos sus impuestos sin ceder una parte al Estado español son incomparablemente inferiores a los daños que sufriría una nueva nación con Estado propio que dejará de ingresar el IVA de todo lo que siga vendiendo en el mercado español, tendrá que afrontar por sí sola su enorme deuda sin posibilidad de rescate, emplear una pasta en la creación de su propia estructura estatal, pagarse desde el minuto uno sus pensiones (más de millón y medio de catalanes las reciben hoy día), subsidios de desempleo y otras prestaciones sociales... además de ponerse en la cola pidiendo la adhesión a la Unión Europea si los miembros actuales lo aceptan por unanimidad. Porque, claro, pensar en una España cordial con la Cataluña emancipada, en una UE abierta de par en par, en un euro disponible desde ya y en unos acreedores comprensivos pertenece al reino de la ensoñación.
Rosell, al definir el camino emprendido como "una barbaridad", ha descubierto el juego de Artur Mas: no es la independencia empobrecedora lo que persigue, sino el independentismo provechoso.
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