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Yo te digo mi verdad

Salvador

Ha tenido la iniciativa de negarse a que su localidad figure en la relación de "Los Pueblos más bonitos de España"

Si existiera algo tan paradójico como un santoral laico, que tendría que ser personal por supuesto, Salvador Salvadó, de redundante nombre, estaría en el mío particular. No conozco mucho de él, con lo cual puede que a renglón seguido quisiera descabalgarlo, pero de momento pienso que encargaría a un imaginero al menos una pequeña efigie suya para mi repisa de los afectos.

Salvadó es el alcalde de Siurana, un pueblo del interior de la provincia de Tarragona pintorescamente situado al borde de un peñasco, y ha tenido la pasiva aunque militante iniciativa de negarse a que su localidad figure en la relación de 'Los Pueblos más bonitos de España', que le proponía la asociación del mismo nombre. Mientras hay muchos que se dan codazos para estar en esta lista que asegura miles de visitantes, el regidor del municipio catalán lo ha rechazado precisamente ante el temor de que eso suponga "muchos más coches, más autocares y mucha más gente… lo que queremos es que el pueblo no se masifique y que la gente que llege a Siurana se vaya contenta".

Ole por un alcalde que parece que piensa con la cabeza. Expone el hombre que ya tienen demasiadas visitas para lo que su población puede acoger con comodidad. Aunque puede que como efecto rebote se produzca un aluvión de turistas, es de alabar esa sensatez, todo lo contrario de lo que vemos a nuestro alrededor, donde se multiplican los eventos que convocan a nuestros pueblos a días mundiales, ferias internacionales, jornadas y no sé cuántas excusas gastronómicas, históricas o festivas que los convierten por unos días en lugares masificados, intransitables y agobiantes a los que muchas veces es imposible siquiera entrar en coche.

En el mismo reportaje en el que escuché al alcalde sensato que aboga por el turismo de baja intensidad, oí las opiniones de algunos hosteleros y comerciantes defender lo contrario bajo el lema de "cuanta más gente venga, mejor". Por mi parte, me resulta inconcebible que esa gran cantidad de gente quiera acudir a disfrutar de la tranquilidad o la belleza de un pueblo que en cuanto se ve invadido pierde automáticamente las dos cosas. He visto ejemplos de destrozos ya irremediables, en sitios que ya han perdido la razón por la cual se les visitaba. Aun así, los turistas siguen yendo en masa a cumplir su labor destructiva, guiados por no se sabe bien qué instinto gregario.

Salvador, qué nombre tan premonitorio te pusieron.

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