Un revuelo de ángeles convierte la solemne escena en una eclosión festiva. Junto a la curiosidad bulliciosa de los querubines, el coro de mancebos, algunos tocando instrumentos. Dos de estos últimos enmarcan a cada lado la zona celestial y se resaltan mediante contraluces, escorzos e intrincadas posturas. El rompimiento de gloria lo preside la Virgen. Abajo, en la parte terrenal, observamos el tema propiamente del cuadro, “La última comunión de San Fernando”. El rey castellano, a punto de morir, pide recibir el Santísimo Sacramento de manos de Don Remondo, el que se convertiría años después en arzobispo de Sevilla. Arrodillado y con ademán devoto, el santo; el clérigo, con vertical presencia, vestido de rica y blanca capa pluvial y rodeado de un numeroso grupo de personajes. Toda la pintura queda recorrida por dos grandes diagonales que se cruzan en el centro, animándose por una composición muy efectista y elaborada donde lo celestial y lo terrenal se funden. No menos sugestivos son los juegos de contrastes: la diferencia de gestos arriba y abajo, la contundente y escultórica figura mariana frente a los ligeros y movidos cuerpos angelicales, el tenebrismo de la alcoba del monarca y la luminosidad de la arquitectura que de forma muy escenográfica se levanta en el lado contrario…

Este monumental lienzo de cinco metros de altura lo podemos disfrutar desde hace unos años en el Sagrario de la Catedral. Allí vino tras la marcha de las Hermanitas de los Pobres, en cuya capilla llegó desde una procedencia desconocida. Estudiado por Lamas Delgado con motivo de su inclusión en la exposición Limes Fidei de 2014, entonces se descubrió que estaba fechado y firmado en 1671 por Pedro Atanasio Bocanegra, un eminente pintor barroco de la escuela granadina. Sin duda, estamos ante uno de los mayores hitos pictóricos del patrimonio jerezano.

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