Fernando López Vargas-Machuca

Profesor del IES Padre Luis Coloma

La qubba de Santo Domingo en Jerez: un supuesto debate que hace aguas

Anton van den Wyngaerde. Vista de Jerez de la Frontera en 1567, detalle. Real Convento de Santo Domingo a la izquierda, con la Nave del Rosario señalada con la letra M. Llano de San Sebastián a la derecha, con la Puerta de Sevilla al fondo.

Anton van den Wyngaerde. Vista de Jerez de la Frontera en 1567, detalle. Real Convento de Santo Domingo a la izquierda, con la Nave del Rosario señalada con la letra M. Llano de San Sebastián a la derecha, con la Puerta de Sevilla al fondo.

Allá por septiembre de 1996 presenté en el XI congreso del CEHA una comunicación bajo el titulo de "Un ejemplo de reutilización y asimilación de la arquitectura almohade: la iglesia del Convento de Santo Domingo de Jerez de la Frontera". En ella partía de una relectura de un texto de Fray Esteban Rallón (h. 1660) y de las célebres vistas de la ciudad dibujadas por Anton van den Wyngaerde en 1567 para demostrar cómo la primera iglesia dominicana no se situaba donde decía la tradición, en el lugar que hoy ocupa la nave principal, sino en todo el flanco que da a la Alameda Cristina, y también que los frailes reutilizaron como cabecera de la misma una qubba islámica, descrita por el citado fraile como una “Mesquita, que está en forma de fortaleça con sus almenas”. Seguidamente realizaba un análisis del sector gótico-mudéjar de la iglesia actual y proponía que la presencia de varias pequeñas qubbas mudéjares en la iglesia nueva como influencia de aquella “Mesquitilla, o oratorio de los moros”.

Como las actas no se iban a publicar hasta dos años más tarde, el 8 de mayo de 1997 presenté un resumen como Tribuna Libre de Diario de Jerez, en la cual subrayaba la idea que daba pie a su título: “Una rábita musulmana en el templo de Santo Domingo”. En el texto decía, en referencia a la “mesquitilla” de Rallón, que “Su planta cuadrada, cúpula trasdosada y merlones escalonados indican que nos encontramos ante una de las numerosas rábitas (especie de capilla-eremitorio) en forma de qubba que durante el periodo almohade proliferaron en las cercanías de las principales ciudades hispanomusulmanas y norteafricanas, y que a menudo fueron reutilizadas por los cristianos. En numerosos casos se les añadió una nave de pequeñas dimensiones, configurando así un modelo de iglesia rural destinado a tener gran éxito en el Aljarafe sevillano”. Para argumentar mi propuesta me remitía a textos de Torres Balbás, Pavón Maldonado, Angulo Iñiguez y Morales Martínez.

El pasado 1 de junio, el arabista Miguel Ángel Borrego Soto escribía una Tribuna Libre en este mismo medio titulada “Pero... ¿hubo un ribāṭ en Santo Domingo en Jerez?” en la que no solo ponía en duda que aquel complejo edilicio fuese realmente un ribat, sino que intentaba desmontar todas mis aportaciones sobre el primer Santo Domingo arguyendo que realicé una mala interpretación de las fuentes escritas, que la iglesia original no estaba donde señalé y que la qubba dibujada por Wyngaerde podría ser un depósito de agua.

Comprenderán los lectores que aquí no hay espacio para rebatir pormenorizadamente a mi compañero investigador. Lo he hecho en dos largos textos en mi blog “Arquitectura Cristiana Medieval en Jerez”. Pero les ruego me permitan, por el derecho a réplica, trazar aquí las líneas generales de mi disertación.

Afirma el doctor Borrego Soto que “(…) las referencias al antiguo oratorio de los frailes dominicos en las fuentes históricas jerezanas lo sitúan a espaldas del ábside de la nave principal del templo actual, como parece indicar el propio Esteban Rallón, cuando dice que la antigua iglesia era, en su tiempo (siglo XVII), bodega, y hacía cara a la plaza que llamamos el llano de San Sebastián, es decir, la plaza Aladro de nuestros días, diferente de la plaza o llano de Santo Domingo, la Alameda Cristina de ahora.” Pues falso. Ninguna fuente habla de un oratorio situado a espaldas de la actual capilla mayor. Por si fuera poco, el Llano o Los Llanos de San Sebastián era todo el espacio que iba desde la Puerta de Sevilla hasta el Mamelón empezando por Cristina, toda vez que el Hospital de San Sebastián se situaba precisamente junto a la actual Capilla de San Juan de Letrán.

Lo más importante, en cualquier caso, es que las imágenes de Wyngaerde reflejan exactamente lo que Rallón describe un siglo más tarde: una “mezquitilla en forma de fortaleça con sus almenas” con una sencilla nave a dos aguas que “hace cara a la plaça que llamamos el llano de San Sebastián”. La imagen está ahí y no ofrece dudas. No solo las fuentes gráficas y las textuales coinciden, sino que también explican la insólita presencia de una nave transversal que otorga a la iglesia actual planta de letra T: la necesidad de enlazar la nueva obra gótico-mudéjar con el edificio islámico, convertido en Capilla de San Pedro Mártir.

Como parte de unas fuentes históricas que no existen y del error de identificar Aladro con “la plaza que llamamos el llano de San Sebastián”, Borrego necesita explicar la presencia de la qubba en las vistas de Wyngaerde, así que se saca otra carta de la manga: estamos ante un depósito de agua. ¡Toma castaña! Cierto es que en la arquitectura islámica dicha tipología podía servir para funciones muy diversas, desde una tumba monumentalizada hasta un espacio áulico, pasando por el referido edículo para almacenar recursos hídricos, pero ya hemos dejado claro que lo que allí se ve es lo que describe Rallón, y este es explícito al hablar de “Mesquitilla, o oratorio de los moros”: muy despistado tenía que estar para calificar así a un simple depósito de agua. La propuesta de Borrego hace, nunca mejor dicho, aguas por todas partes.

No se vayan todavía, aún hay más. El fraile jerónimo añade que allí existían “una huerta y algunas casas para sus alfaquíes”. El término alfaquíes hacía referencia en siglos pasados a los ermitaños que mueren en olor de santidad. Sobre ellos Torres Balbás apuntaba: “Estas gentes de tan acendrada religiosidad solían retirarse a sitios más o menos lejanos de los núcleos de población, frecuentemente a sus contornos, donde vivían entregados a prácticas devotas, a veces en compañía de algunos discípulos”.

Nos queda una última cuestión: ¿lo que había frente a la Puerta de Sevilla se trataba de una “qubba-madfan, de carácter exclusivamente funerario”, por usar las palabras del doctor Borrego Soto, o de un qubba-rābita o zāwiya? Dicho de otra manera: ¿hablamos de un eremitorio y de una fortaleza cercanas pero independientes, o existía algún vínculo entre ambas? Nos inclinamos por la segunda opción, de nuevo apoyándonos en ese gran maestro que fue Torres Balbás. “Hubo casos (…) en que los ribāts se organizaron en torno en base de una rābita y con un morabito como jefe. (…) Se llamaba zāwiya (…), un edificio o grupo de edificios, construidos casi siempre alrededor de un sepulcro venerado, destinados a convento, escuela alcoránica y hospedería gratuita. En las zāwiyas más completas había, pues, un pequeño oratorio con su mihrab; el sepulcro de algún santón; una sala para la enseñanza religiosa, y una o varias habitaciones destinadas a alojamiento de huéspedes, estudiantes y peregrinos.” Lo de la huerta y las “casas para sus alfaquíes” de Rallón encaja perfectamente con esta idea.

Borrego Soto defendía en su Tribuna libre el interés de que “se abra un debate historiográfico alrededor de las hipótesis del profesor López Vargas-Machuca”. Todo replanteamiento sobre las hipótesis de cualquier autor resulta siempre saludable, pero en este caso la acumulación de evidencias de que nos encontramos ante un complejo que sumaba funcionalidad militar con prácticas religiosas en torno a una qubba (otra cuestión es qué término debemos utilizar, si rábita, ribat o zawiya) son tan abrumadoras que jugar con datos que no existen y falsas identificaciones en la topografía urbana solo consigue marear la perdiz, hacer que los lectores piensen que allá por 1996 pude meter la pata “hasta el corvejón”, y quizá hasta que pongan en duda mi capacidad para analizar fuentes gráficas y textuales. Los debates tienen fundamento cuando hay razones para abrirlo. En esta ocasión no había ni una sola.

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