Javier Benítez

Sevilla no estaba allí

Descanso dominical

16 de junio 2024 - 00:45

Mi última visita a Sevilla hace un par de semanas me dejó tocado. No fue un rollo tipo Stendhal -ya casi he conseguido sostenerle la mirada a esta locura de ciudad- pero los síntomas se parecían mucho. Palpitaciones, vértigo, confusión. Cuando después de un tiempo vuelves a ver a tu hermano, a la abuela, a un buen amigo, te arrepientes de la distancia, maldices la vida moderna y los días desperdiciados desde vuestro último encuentro. Tenemos que vernos más, les dices. Te dicen. Con los lugares que amas sucede lo mismo.

Y debe ser eso. Que llevábamos mucho rato ya sin vernos. Y no recordaba tanto ruido. Ni tanta gente. Y que muchas veces cuántos más somos, más deshumanizamos lo que nos rodea. Pasé por la casa de los abuelos, donde nació mi madre, en el 18 de la calle Gerona (barrio de Santa Catalina). En la misma acera está El Rinconcillo y en su puerta una fila larga y ordenada me recordó al puente de embarque del ‘Symphony of the Seas’. Cerca de allí, en Los Claveles, un camarero sevillano con su poquito de guasa nos plantó una cruzcampo fría y media de huevas. Juraría que fue el único resquicio de autenticidad del día. Por lo demás, los vecinos han desaparecido, ruedan las maletas sin descanso, no importa la hora, y los comercios de siempre que aún quedaban ya son también en su mayoría franquicias típicas de cualquier lugar u oficinas de cambio de divisas. En la calle O’Donell, junto a La Campana, la despedida de soltera de Mariví, con megáfono y flauta incluida, no me impidió oír a una señora muy fisna que le decía a su amiga que los “chochos” son “una especie de altramuces asquerosos”. Miré alrededor y no vi nada genuino. Aquello podía ser el centro de Shanghai, Cincinnati o Benidorm. O una estación de autobuses en hora punta. Sevilla, que es mucho más que un decorado sublime, no estaba allí. Y no se trata de demonizar al turismo, que nos ha salvado la vida y sin cuyo sustento las calles estarían incendiadas. Pero quizá sí podamos darle una vuelta a lo del turismo masivo descontrolado. Tiene que haber un término medio entre ‘Verano Azul’ y ‘Apocalipsis Zombi’, una regulación como la que necesitan, por ejemplo, los patinetes que van revoleados por el asfalto.

Soy de los que piensa, lo dijo Silvio, que Sevilla no tiene que demostrar que es la ciudad más bonita del mundo, que eso lo tendrá que hacer la segunda. Por esa misma regla de tres diría que otros “destinos” invadidos por el turismo, con todos los respetos, no tienen tanto que perder. Y en mi defensa, para los que piensen que yo era un guiri más, solo añadiré que, al menos, uno no llevaba sandalias con calcetines blancos.

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