La Rayuela
Lola Quero
La fiesta de Alvise
La ciudad y los días
El churro napoleónico de Ridley Scott, pese a abarcar la vida de Bonaparte desde 1793 a 1821, no se toma la molestia de ocuparse de sus campañas italiana y española, por lo que obvia que entre las muchas cosas que aportó a la historia está el robo sistemático de obras de arte. No se trata del expolio de obras de la antigüedad, practicado con idéntico entusiasmo por franceses, ingleses y alemanes con razón o pretexto arqueológico (en esto Bonaparte también fue un maestro al incluir más de un centenar de científicos, ingenieros, arqueólogos e historiadores del arte en su expedición a Egipto logrando, entre otros hallazgos, el fundamental descubrimiento de la piedra de Rosetta), sino del robo de tesoros pictóricos previamente seleccionados por especialistas, como el coleccionista y marchante Le Brun, para concentrarlos en la capital de su imperio o repartirlos entre sus mariscales. Unos mil cuadros sacó Soult de Sevilla, contándose obras fundamentales de Zurbarán, Valdés Leal, Murillo, Cano, Herrera el Viejo, Pacheco, Francisco de Herrera o Roelas. Inspirando, de paso, el posterior expolio nazi.
Desgraciadamente, en el caso del expolio francés, pese a que Napoleón sufriera su primera derrota en España y fuera humillado en Waterloo (unir Waterloo y humillación es el rasgo más napoleónico de Sánchez), no hubo Monuments Men que restituyeran las obras. Muchas se quedaron en París, otras se repartieron por Europa tras la caída del emperador y para colmo de males la mayor parte de las restituidas a España gracias a la arriesgada misión del general Miguel Ricardo de Álava en 1816 se quedaron en Madrid pese a que llegaron a España por vía marítima, desembarcando en Cádiz y pasando por Sevilla para seguir hacia la capital en lo que fue (y no es que por nombrar a Waterloo me haya dado un patatús puigdemontesco) el segundo expolio de muchos cuadros sevillanos. Que se repitió cuando Franco negoció con Petain la devolución de algunas obras, caso de los murillos de Santa María la Blanca o la Inmaculada de los Venerables.
En fin, lean El expolio artístico de Sevilla durante la invasión francesa de Enrique Valdivieso, que fue mi profesor en su primer curso tras llegar a la Universidad de Sevilla –¡hará años!–, o La pintura sevillana y la invasión francesa de Ignacio Cano. Aunque para Ridley Scott esto nunca pasó porque su Napoleón no invadió España y Soult no mangó los cuadros.
También te puede interesar
La Rayuela
Lola Quero
La fiesta de Alvise
La ciudad y los días
Carlos Colón
Con la mentira por bandera
Envío
Rafael Sánchez Saus
Columnistas andaluces de ahora
Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Bárbara, el rey, Jekyll y Hyde
Lo último