El balcón
Ignacio Martínez
Sota de Espadas
Crónica levantisca
Pedro Sánchez se ha expuesto ante los independentistas como José Luis Rodríguez Zapatero lo hizo en diciembre de 2006 ante ETA. Días después de que el presidente del Gobierno augurase que, en un año, todo estaría mejor en cuanto al terrorismo, ETA colocó una bomba en Barajas y mató a dos personas. Sálvense todas las diferencias entre una banda terrorista y ERC, pero los republicanos catalanes vienen de perpetrar un golpe parlamentario contra la Constitución y no se han arrepentido, por lo que el presidente del Gobierno en funciones, y futuro candidato, está dejando su futuro en un partido y unos dirigentes que, de momento, no son de fiar.
El acuerdo entre el PSOE y ERC está hecho, porque el tercer agente, Unidas Podemos, está involucrado en ello, cree en esta alianza y confía en que sirva para gobernar la Generalitat más adelante. Por eso al pacto sólo le queda pasar dos peajes: los del 16 y 19 de diciembre.
La Justicia belga decide el 16 si extradita a Puigdemont. Si lo hiciese, el fugado sería encarcelado en España y ERC se pondría a temblar ante la reacción de Torra y JxCat. Y la Corte Europea de Luxemburgo dirá el 19 de diciembre si el aforamiento de Oriol Junqueras en el Parlamento Europeo es automática a su elección en las urnas. Es decir, Junqueras no habría necesitado recoger su acta para ser eurodiputado, que es lo que mantiene el abogado de la Unión. La situación carcelaria de Junqueras no cambiaría, porque fue juzgado con anterioridad, pero Carles Puigdemont sería considerado eurodiputado y gozaría de inmunidad hasta que no se resolviese el suplicatorio. Por tanto, el fugado podría volver a España y reírse unas cuantas semanas del Estado, una humillación que tendría una grave repercusión en la opinión pública.
Por estas dos fechas es por la que ERC desea estirar la negociación y por eso mismo, Sánchez e Iglesias hubiesen querido celebrar la investidura el 13 de diciembre. Y, luego, ya se vería.
La T-4 de Sánchez ha comenzado a hacer tic-tac. Si no fuese ahora, si llega a ser investido presidente, habrá tantos hitos en el conflicto catalán que a sus dos aliados le sobrarán motivos para acabar con la legislatura. Y si no fuese así, si encontrase una vía de diálogo para mantener a ERC en una mesa, si avanzase en una posible solución, volvería a ocurrirle lo que a Zapatero, que no hay cambio sustancial posible en este país si no es con el acuerdo con el PP.
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