Tierra de Nadie

Alberto Núñez Seoane

Un guardia civil...

ERA un guardia civil… como tantos otros. No lo conocí, aunque conozco, y he conocido mucho, a muchos otros. Murió sin tener que haber muerto: no era ni su momento, ni había llegado aún su hora, pero… lo mataron: no murió, lo mataron. Igual da ahora, si quien lo mató lo hizo dándole un tiro traicionero, echando su coche fuera de la carreta o… atropellándolo en una huida cobarde. No importa cual fuese la maldad, la intención o la frustración del culpable, importa él, el guardia civil al que han quitado la vida; él… las personas que lo amaron, las que le quisieron, todos sus compañeros de la 'Benemérita' y todas las gentes de bien que lo respetaron.

No sé cual era su nombre -podría buscarlo, pero no lo voy a hacer- ni creo que esto -su nombre- tenga trascendencia, lo que sí la tiene es la imperiosa necesidad de darle a esta tragedia, encarnada hoy por el atropello mortal de este servidor público, ayer por uno de sus tantos compañeros asesinados por criminales de ETA, y mañana por cualquier camarada que caiga en acto de servicio; darle decía, la relevancia que, por desgracia, merece.

Han caído demasiados, uno sólo ya lo sería; como demasiado ha sido el dolor con el que sus muertes, tempranas y absurdas, han destrozado recuerdos, vidas y los mañanas de los suyos; como demoledor, el vacío cruel que sobrevino sin haberle llamado; como inaceptable una realidad culpable.

No es, la de ellos, una profesión cualquiera, ni lo es para cualquiera; es, sólo para personas que quieren cuidar personas, con dedicación completa y profunda.

Guardia civil, policía, militar… igual da: por sentimiento heredado y vivido, por vocación de servicio, por generosidad albergada, por ejemplo recibido…; son, todas ellas, personas que, en más o en menos, tomaron, porque lo sintieron, la decisión de entregar su tiempo al tiempo de los demás. En estas, como en algunas, muy escasas, otras dedicaciones, son ellos quienes eligen su destino, y no, como es común, el destino quien los escoge a ellos; a mayor honra de los que aquí estoy escribiendo.

No voy a enumerar sus incontables acciones ejemplares ni a contar tantas de sus proezas ni a relatar sus muchas heroicidades; las pueden ustedes buscar, si lo desean, en la hemeroteca, en el diario matinal o en el informativo de la tarde, las encontrarán de ayer, de hoy, y casi seguro que también las habrá mañana; y son muchas las que han sido y, sin duda, muchas serán las que vendrán. Pero no, no me voy a referir hoy a esto; les quiero contar un poco de las vidas de estas gentes que siempre las arriesgan por las ajenas y, cuando es necesario, las entregan para salvar las nuestras; y decirles, un poco también, sobre la poca estima en la que los tenemos, la falta del reconocimiento que les debemos y la ausencia de generosidad con la que se les trata. No más… piénsenlo.

Un cuartel de 'los civiles' es un hogar, no digo: 'como' un hogar, digo: un hogar. Se comparte todo: desde lo doméstico del día a día, a las incidencias del servicio, guardias, indicativos o misiones, penas y alegrías, ascensos o destinos, ilusiones o frustraciones…; se vive la vida sobre un gran mosaico formado por trocitos de las vidas de todos. Los familiares de los nuevos profesionales pronto encuentran el calor de los de los veteranos; la fuerza que los une para enfrentar dificultades o solucionar problemas, es de la misma intensidad, y calidad, de la que ha hecho ejemplar a la 'Benemérita'; la solidaridad se engarza en el sentido del deber, el espíritu de sacrificio con la generosidad. Conflictos, inconvenientes y contrariedades, los hay claro, como en cualquiera de nuestros hogares; pero cuando la entrega está por encima del egoísmo, la lealtad puede a la traición y el honor a la indignidad, es evidente que serán la sensatez y la concordia los vencedores.

Les debemos mucho, créanme, más de lo que la mayoría imagina. Cierto es que nadie les obliga, que se alistan por voluntad propia; los más de los muchos lo hacen con la mayor ilusión, tesón admirable y la mejor intención; pero cierto es, también, que en una dura profesión, difícil y fatigosa a veces, siempre exigente y a menudo peligrosa, se entregan con devoción y cumplen con abnegación.

Ellos lo asumen, el riesgo y todo lo demás: a nadie reclaman la muerte de un compañero, aunque lo lloren sin apenas consuelo, a nadie culpan por sus cotidianos desvelos. Pero, tal vez seamos nosotros, ciudadanos, los que debamos darles el lugar que les corresponde y el respeto que merecen; los políticos responsables, mostrarles la consideración debida y dotar con los medios necesarios y suficientes para el desempeño de su trabajo: no es suficiente el luto oficial y la presencia en un triste funeral. Es lo menos, es de bien nacidos -el ser agradecidos-, y es de Justicia.

Descanse en paz.

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