Turismo

EL hombre más gordo del mundo según el Libro Guinnes de los Récords -llegó a pesar 570 kilos y ahora estaba en 230; Dios, ¿quién se ha hecho cargo de toda esa grasa, una ONG, la mafia?- quiso dar un "paseo turístico" y la doctora otorgó su permiso. Se preparó todo: una grúa subió al gordo a una camioneta de amortiguación poderosa sobre la que se instaló un toldo para que el hombre no mutara en churrasco gigante bajo el sol y se organizó una caravana de cámaras de televisión, fotógrafos y reporteros que difundirían al mundo la noticia de la excursión del gordo. La marcha se abrió entre aplausos y fotutazos de júbilo. El gozo de Uribe, apellido del gordo, también era mastodóntico. Por fin iba a dar su paseo hasta la presa de La Boca, a 50 kilómetros de su casa.

Era feliz. Hasta que ocurrió algo inesperado: la comitiva tenía que pasar bajo un puente y nadie había calculado la altura del toldo. Hubo un toldazo, el toldo se fue al carajo y Uribe no, pero de puro milagro: un tubo lanzado por el golpe le pasó rozando y casi lo convierte en brocheta, el susto le aceleró el pulso y Orozco, apellido de la doctora, puso fin al circo. "Una persona normal se repone en seguida, pero él está a punto de un infarto o de un coágulo en el cerebro". El gordo no podía ocultar su decepción. Pena de viaje. Ah, el turismo, ese hijo de la chingada. Los periodistas cambiaron la crónica humana por la de un suceso gris y aburrido, sin sangre, pues a fin de cuentas Uribe no la había dañado, sólo había tenido una subida de tensión -eso sí, en su caso capaz de fundir México DF-. Esa noche, el gordo se quitó la pena atiborrándose de totopos con guacamole. "Que le den a la Orozco", dijo engullendo mientras reprimía las lágrimas.