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La tribuna

Manuel / Chaves / González

Ucrania: ¿vuelta a la Guerra Fría?

CUANDO el presidente de Ucrania, Viktor Yanukovich, optó por la firma del acuerdo aduanero con Rusia y Bielorrusia como paso previo al plan del presidente Putin de constituir un Espacio Económico Único, encendió la chispa de una revuelta popular, con decenas de muertos, que termino con su destitución y huida. Significativamente, las manifestaciones tuvieron como punto de referencia el Euromaidan, una explosión popular de rechazo a caer bajo la órbita de Rusia y de apoyo a la firma del Acuerdo de Asociación con la Unión Europea (UE). Es decir, una manifestación europeísta de identificación con los valores y principios de la UE. También existían otras razones que justificaban la revuelta: el deterioro de la situación económica, el autoritarismo, la corrupción del propio presidente y de su familia, el poder de los oligarcas, etcétera.

Desde su independencia de la extinta URSS, en 1991, después de la caída del Muro de Berlín, Ucrania no ha conseguido la estabilidad política interna. La elección fraudulenta de Yanukovich en las elecciones presidenciales de 2004 dio lugar a la Revolución Naranja, la explosión democrática de la mayoría del pueblo ucraniano que, desgraciadamente, se diluyó por los enfrentamientos internos entre sus dirigentes y la incapacidad de estos para encauzar al país hacia la estabilidad democrática. Yanukovich volvió a la Presidencia del país en el 2010. La crónica de su reciente final la conocemos todos. El nuevo Gobierno interino y las elecciones presidenciales convocadas pare el 25 de mayo -coincidiendo con la elecciones al Parlamento Europeo- abren la puerta, una vez más, a la normalidad democrática.

Pero no va a ser tarea fácil. Lo que ha ocurrido hasta ahora no ha sido ajeno al juego de influencias al que se ha visto sometida Ucrania desde su independencia. Es un Estado situado en un contexto geográfico y geopolítico en el que disputan su influencia Rusia, como potencia emergente por una parte y la UE y la OTAN por otra. La crisis de Ucrania se puede entender como una nueva pugna por un espacio ex soviético como ya ocurrió en el 2008 con Georgia, otra república ex soviética. Rusia, después de la entrada de varios países ex soviéticos en la UE y, sobre todo, en la OTAN -Robert Gates, secretario de defensa con Bush y Obama, señala en sus memorias que la expansión y ampliación de la OTAN a estos países en base a su política de "puertas abiertas", fue apresurada y provocadora-, pretende que Bielorrusia y Ucrania constituyan su colchón de seguridad. Ucrania, con una fuerte influencia cultural y lingüística rusa, es el segundo país más extenso de Europa; con el segundo Ejército más numeroso del continente -una importante base naval rusa en la región de Crimea, profundamente pro rusa-y por donde transita más del 70% del gas ruso hacia los países de la UE. En síntesis, Rusia intenta que Ucrania no salga totalmente de su órbita de influencia.

A la vista de los últimos acontecimientos, Ucrania se ha convertido en una cuestión de seguridad europea. Parece que hemos entrado en una lógica de nueva Guerra Fría con la escalada correspondiente de hechos y declaraciones: a la aprobación por la Duma rusa de la intervención militar en Ucrania, el gobierno ucraniano responde con la puesta en alerta de sus fuerzas armadas, el presidente Obama señala que la intervención rusa "tendrá costes" y el secretario general de la OTAN declara que "la organización está lista para continuar apoyando a Ucrania en sus reformas democráticas".

Es necesario parar esta escalada y evitar una nueva Guerra Fría. Y la UE debe desarrollar sus buenos oficios para distender la situación y lograr un acuerdo. Es cierto que Ucrania es un país clave para la seguridad y estabilidad de Europa, fundamentalmente de la Europa Central pero ello interesa tanto a Rusia como a la UE. A nadie conviene la partición del país en una zona de influencia rusa y otra de influencia occidental, menos a los ucranianos interesados en una Ucrania unida e integrada como garantía de futuro en una pugna de influencias. Son ellos los que deben decidir ese futuro a partir de las elecciones presidenciales del 25 de mayo, con todas las garantías de limpieza y democracia. Elecciones de las que salga un presidente democrático como interlocutor fuerte, con un amplio respaldo popular, ante Rusia y la UE y que busque los equilibrios geoestratégicos necesarios -quizás la neutralización del país- para garantizar la estabilidad política y democrática de Ucrania a la que tanto aspiran sus ciudadanos.

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