Relatos de Verano

Viajes Ítaca

Contra el regreso, yo he bailado en las 'raves' con las sirenas, yo me he puesto de lotos hasta el culo, yo le he visto el hocico al can CerberoEn el canto IX de 'La Odisea', Ulises rebela ante el rey Alcínoo y su corte quién es y por qué ha llegado hasta las costas del país de los feacios. El poema original, que fue transmitido oralmente durante siglos, ha sufrido importantes alteraciones, algunas de ellas intencionadas y destinadas a presentar al héroe de Troya y rey de Ítaca como el mayor de los patriotas. A continuación ofrecemos EN PRIMICIA una versión anterior a la más antigua que conocíamos hasta el momento. En ella, Ulises cuenta los auténticos motivos de su largo viaje, de su genial odisea.

Me preguntas, rey Alcínoo, mi nombre ilustre. Yo soy Nadie, el hijo de Nadie, aunque soy más conocido como Ulises, famoso por mi astucia, y mi gloria ha subido hasta el cielo. Vengo de Ítaca y a Ítaca, si los dioses no me ayudan, algún día regresaré.

En Ítaca se alza una sierra, cubierta hasta la cumbre por olivos de trémulas hojas. Tenemos también un parque y una fábrica de muebles modulares donde hendimos la madera con el bronce cortante. Muchas islas habitadas se agrupan en torno, a cuyas ferias acuden nuestras mozas para echarse novio. Más lejos no trasponemos, a no ser que sea preciso. Tenemos aquí muy buenas playas, y sale el mar del lado de la noche, ¿a qué tomar las huecas naves y surcar los cielos ocho horas hasta Cancún, teniendo aquí el verde a vetas del mar Jónico? Aunque, ilustre Alcínoo, lo mismo que te digo, cayendo de mis párpados las lágrimas, que como en Ítaca no se está en ninguna parte, ni hay una tierra cuya contemplación me sea más grata, también te digo lo que mi abuela decía con aladas palabras: "Isla pequeña, infierno grande. Ítaca es la cagá de las criaturas, un peñón lleno de cabras".

Padecemos, rey Alcínoo, las gentes que se van de Ítaca y yo mismo, un terrible destino: Ítaca. La furia de Poseidón nos hace regresar a nuestras costas, dondequiera que pongamos rumbo, empuja las negras naves a mi tierra; hay algo, un viento escrito en las últimas habitaciones de la sangre, que nos llama a volver. Ante este mi sino me rebelo. Contra el regreso, mis hombres han hecho el cerdo con Circe y el carnero con Polifemo. Yo he bailado en las raves con las sirenas, me he escondido en la casa de Calipso, yo me he puesto de lotos hasta el culo, yo le he visto el hocico al can Cerbero.

Quienes quedan en Ítaca nos llaman a los huidos rebañaorzas o salvajamones. Quienes se fueron -empujados por el hambre, los estudios, los sueños- vuelven el día de la romería, se les ofrecen libaciones en la ermita, se les reparten estampitas de la Diosa. Vosotros los feacios, que sois grandes danzantes, tú misma, inteligente Nausícaa, tendríais que ver a los charnegos bailandillo en la verbena o discurriendo en el casino. Acuden desde Argos, Oslo, Barcelona, vestidos con relucientes armaduras y a lomos de unos haigas dignos del divino Héctor. Mas los asidos a la hermosa y fértil Ítaca descreen de ellos displicentes. Yo sé que, en el fondo de sus maltrechos corazones, quienes quedaron en tierra admiran en secreto al navegante y que, quienes partieron, saben que, tarde o temprano, un viento les empujará contra las rocas de una isla que sólo existe en sus recuerdos. Todos regresamos algún día, allí se alza nuestra pira funeraria. La tierra nunca nos fue leve.

Llena, Demódoco, de vino la crátera y afina la Fender, tú, favorito de las musas, pega la oreja, pues te contaré de viajeros de mi pueblo que, aunque siempre volvían, inspiraron mi partida. Conocí, siendo niño, a Vico, que hacía dedo en la puerta de la venta, y a cada poco se iba con el primero que pasaba. Cómo sería, prudente Alcínoo, que en mi reino no se dice "viajas más que Ulises" sino "más que Vico el de la venta". También estuve en el palacio de don Carlos, señorico de ojos glaucos, que en el Congo ofreció a los dioses sacrificios de tigres, cuyos áureos pellejos alfombraron su solería. Mi padre, el divino Laertes, echó promesa de perseguir toda una noche a la Aurora por Sierra Morena, hasta alcanzarla junto al templo de Atenea. Yo le preparé la capacha; pan, aceite, algo de vino. Él partió a pie monte a través, mientras mi madre y yo hicimos el trayecto en la Alsina, y allá lo recibimos con muchas lágrimas en los ojos, como si hiciera mucho que no nos viéramos. Y es así como nos comportamos los de Ítaca cuando encontramos a un paisano en el extranjero: con albricias y abrazos chillados, aunque no nos miremos al cruzarnos con la moto por la isla. "Hay un aqueo en la luna", suele decirse. Seguro que es de mi pueblo.

Muchos se fueron en aquellas naves que zarparon rumbo al Nuevo Mundo, y cuentan los antiguos que hubo entonces mucho engaño. No pocos pagaron un buen dinero por embarcarse y, en vez de cruzarles el Charco, los arriaron en un islote próximo y desierto y les dijeron que aquello era América. "Qué cerquita está New Jersey", decía uno, "qué poca gente en Buenos Aires", respondía otro, y allí quedaron tan conformes hasta la noche de la verbena, cuando en el horizonte estallaron, dibujadas con fuegos artificiales, las letras que decían: "¡Viva Ítaca!".

Las gentes de mi tierra que se fueron tratan de burlar su suerte, que le impele a volver, con argucias como dedicar allá donde viven una calle a nuestra isla. También fundan "La casa de Ítaca" y allí se reúnen, comen lo típico y dicen a grandes voces "¡Se está aquí como en casa!". Y nada. Siempre vuelven. Es fácil salir de Ítaca. Lo difícil es que Ítaca salga de ti.

Y así, ilustre Alcínoo, desandando, llevo tanto recorrido; huyendo de Ítaca he llegado hasta aquí. Como el Corto Maltés, dibujé con la navajilla una línea nueva en la palma de mi mano. Y ni por esas. Ponme la mano aquí, prudente Nausícaa, ¿sientes el latido? Yo soy Ulises, vengo de Ítaca y a Ítaca, si los dioses no me ayudan, algún día regresaré.

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