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HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano /

Victoria por decreto

Según un principio antiguo que aparece en los tratados sobre la guerra, la gloria del vencedor depende de la categoría del vencido. Los historiadores antiguos y la Biblia hablan de ejércitos imposibles, tan numerosos que no sabemos cómo se abastecían de alimentos ni cómo podían moverse, si cabían, en los lugares donde se cuenta que libraron batallas. Ahora que las guerras se televisan en directo, y desde que en la de Secesión americana los periodistas y fotógrafos avanzaban con las tropas, ya no se puede contar la historia así, pero para eso están las mentiras, las medias verdades y las abstracciones que, todas juntas, hacen más bulto que los ejércitos de Jerjes. El socialismo español, y la izquierda en general, está empeñado en elevar de categoría a Franco y darle una importancia que nunca tuvo como personaje histórico, mucho menos visto con distancia. Es la manera moderna de inflar el número de filisteos.

Es sabido que no hay peor sordo que el que no quiere oír ni mayor ignorante que el que presume de su ignorancia, pero en política son comunes ambos, o los que se hacen los sordos y los ignorantes para aprovecharse de quienes verdaderamente lo son. Será inútil repetir que Franco nunca fue fascista ni el fascismo tuvo en España muchos seguidores, ni es este el sitio para desarrollar el asunto, habida cuenta de que hay miles de libros escritos sobre él. La izquierda teme que le quiten el comodín fascista de su lenguaje, temor infundado pues el fascismo es una rama del socialismo, menos totalitario que su hermano el comunismo. Por cierto, no es sencillo comprender, aunque, como todo, es cuestión de aplicarse y estudiar, por qué, conocida la historia del siglo XX, hay un cierto pudor en proclamarse de derechas y no hay rubor alguno en proclamarse comunista. Vivimos aún en España entre las ruinas ideológicas de la izquierda del siglo XX y va siendo hora de modernizarse.

El socialismo español perdió la guerra, no ganó la paz y casi desapareció fuera y dentro de España. Con Franco muerto, se dedicó a engrandecerlo comparándolo con Hitler, igual que sus partidarios lo compararon con Napoleón. Fue un dictador muy corriente y según la tradición militar del liberalismo del siglo XIX, hasta tal punto que los millones de turistas que llegaron a España durante su régimen decían que era una dictadura que no se notaba. Los socialistas han querido en su mandato del siglo XXI convertirlo en un ser sobrehumano al que han vencido con el Boletín Oficial del Estado. No se gana una guerra ni la batalla de las ideas por decreto. Da una apariencia de victoria que se derrumba al primer análisis medianamente serio, no digamos ante la crítica histórica. Es comprensible que la traca del cadáver removido de un Franco nazi sea una basa que los socialistas no quieran perder, pero sólo convencerán a ignorantes, tontos y avestruces.

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