Vuelve junio
Cuarto de muestras
Todo produce asombro y perplejidad
La época de estudiante suele dejar huellas para toda la vida. Aun hoy, tanto tiempo después de haber acabado la carrera, me sigo poniendo nerviosa cuando llega junio, sigo confundiéndome y digo que tengo un examen gordo cuando lo que tengo es un juicio y salgo de estos como cuando salía de cualquiera de aquellos, haciendo y rehaciendo preguntas y respuestas, corrigiéndome a mí misma, pensando que lo podría haber hecho mucho mejor, nunca contenta, siempre impaciente y preocupada por conocer el resultado. Hoy, lo sé, esa mortificación, ese mal hábito semejante a morderse las uñas, no tiene cura. Y ahí sigo, con ese mal vicio que sólo se mitiga robándole al pensamiento su carnaza de inseguridades, llevándole a otra parte: a un libro, a una copa, a unos amigos, a un paisaje, hasta que una imagen me asalta de nuevo en el menor resquicio que encuentra y vuelta a empezar.
No era yo ese tipo de alumno que decía que le había salido fatal un examen y después sacaba una notaza. Tampoco de aquellos que eran capaces de predecir su nota exacta nada más salir del examen. A mí cualquier cosa, y con los años más, me produce desconcierto y perplejidad, hasta lo predecible. Rara vez soy capaz de aventurar lo que va a pasar y, no porque los juicios en la actualidad se hayan convertido en una suerte de lotería (en cuyo bombo entran el cliente, lo que se plantea, la implicación de las partes, la gana y la desgana del que ha de razonar y entrar en el asunto, la saturación, las huelgas, el tiempo, lo que digan la ley y el Supremo, etc., etc.) que también, sino porque lo único que crece con los años si tenemos los ojos abiertos es la capacidad de asombro. Muchos dicen estar curados de espanto, yo no, aun no.
Cuando le pregunto a mi sobrina cómo le ha ido un examen y me dice “no sé” o “normal” pienso, uf, otra a la que le jamás le saldrá bien un examen por bien que le salga. Otra que se tirará haciendo una vez y otra el mismo examen y que nunca estará satisfecha. Quizá sea la más útil de las enseñanzas posibles. Tomar conciencia de que somos inseguros por naturaleza, de que la satisfacción total, como la perfección, no existe; que, al fin y al cabo, todo produce asombro y perplejidad. Que, quizás, nuestra propia salud y voluntad, la fe en la vida y en nosotros mismos, el no darnos por vencidos, sean las mejores muletas posibles para tanto examen como el vivir plantea.
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