A toque de clarín siguió la suelta de la ganadería, amén de en la plaza, en el recinto ferial del González Hontoria, donde no ha parado de sonar este instrumento precedido de redoble tamborilero. Este paseíllo multitudinario ha durado siete días y, en corrida tan larga, no se anuncian toreros de prestigio, sino areneros para tapar las vomitonas y policías que, a modo de mayoral, pegan un cachiporrazo a las reses sin marca que van por libre en sus animaladas. Semejante ganado salta la valla de su finca natural y explora el albero al trote, buscando el abrevadero del rebujito. Cuando les puede el instinto, rematan en alguna barrera sin reparar en los desperfectos ajenos y los propios de la cornamenta. José Tomás se midió a un toro bravo, de prestigiado hierro y con las de la ley, si bien en algunas casetas hay que sacar el capote ante un morlaco mal encarado que embiste para después caerse a la primera chicuelina. Estos ejemplares que rondan la Feria se desfondan con cuatro pases. Sin embargo, tienen el peligro de que no se les ve venir y bizquean hacia las partes desprotegidas por la liturgia del toreo.
En el redondel de la fritanga le han entregado la cuenta a un envalentonado. La cifra resultó ser un bicharraco que ha empitonado a este empleado de banca por la yugular o cerca. En Feria, muchos emularon la gesta de José Tomás de aguantar el tipo ante cornadas de este fuste y ahora vuelven a la rutina mostrando el tajo. Sólo el alguacilillo de turno sabe si vestían traje de luces o eran arrastrados por monosabios.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios