Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Gestoría Prieto, más de medio siglo en el barrio de San Pedro (y II)
Quousque tandem
Ha escocido mucho a los independentistas catalanes el discurso del señor Borrell ante el Parlamento Europeo. No sé por qué, al escuchar "Zelenski no es de esos líderes que huyen escondidos en un coche", encontraron cierto paralelismo con la gira internacional del señor Puigdemont tras el fin de la gloriosa República Catalana de los Instantes. Viajar en un maletero no demuestra falta de heroísmo o liderazgo. Todo lo contrario, prueba la resiliencia puigdemoniana al asumir la penuria de habitar en tan breve espacio. Y hacerlo durante casi una eternidad si lo comparamos con la vida de la República que nunca existió.
El señor Borrell aprovechó la ocasión con elegancia y planteó algo que olvidamos en muchas ocasiones. Son los graves momentos los que hacen surgir los grandes liderazgos. Churchill era un político amortizado, recordado más por sus errores que por sus aciertos cuando fue llamado al gabinete y después a liderar al país hasta la victoria. De Gaulle, un desconocido coronel de blindados, hastiado de avisar al Gobierno sobre el peligro nazi, dio un paso al frente y galvanizó a los franceses con su histórico llamamiento -L'Appel du 18 juin-desde la BBC, inyectándole la moral que el Gobierno les habían arrancado tras entregar Francia. Adenauer, viejo político de Weimar, fue repuesto en la Alcaldía de Colonia por los británicos. Y aquel represaliado por los nazis, construyó desde la desolación de la derrota, la Alemania próspera y democrática que todos conocemos. Y hoy, quien ha surgido de la nada para liderar a su pueblo es Volodimir Zelenski. Un productor televisivo conocido, sobre todo, por protagonizar una popular farsa -Servidor del Pueblo- en la que interpretaba, curiosamente, al presidente de Ucrania.
Quien encabeza un grupo humano debe elegir entre mandar o liderar. Porque un líder inspira, comunica y convence. Si ordena lo hace razonando y persuadiendo. No hay capricho, sino necesidad. El sátrapa envía a sus jóvenes a morir por su gloria personal, el líder se enfrenta al peligro junto a ellos. El presidente ucraniano sabe que el liderazgo lo otorga el grupo y no el cargo. Un líder se confunde con su gente, no miente, ni siquiera adorna la realidad o actúa con paternalismo ante los problemas, asume que no es infalible, admite sus errores y reconoce el trabajo de los suyos, lo valora y hace pública su admiración. Putin manda, Zelenski lidera. La diferencia es abismal.
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