Lecturas contra el coronavirus

Jesús Rodríguez

El afinador de fuentes (Capítulo 22. Parte III)

El tenor napolitano Enrico Caruso (1873-1921).

El tenor napolitano Enrico Caruso (1873-1921).

Rinaldi se dirigió a Jacobo:

–Jacobo, mi amigo Thornton estaba deseando conocer tu invento. Nunca había imaginado que pudiera hacerse un instrumento musical de una fuente.

Rinaldi se dirigió a Jacobo:

–Jacobo, mi amigo Thornton estaba deseando conocer tu invento. Nunca había imaginado que pudiera hacerse un instrumento musical de una fuente.

Jacobo comenzó a manipular la fuente. Al concluir, comenzó a pulsar los orificios y sonaron limpios y claros los acordes del Canon, de Pachelbel. El americano tenía abierta su boca como un lagarto al sol. “Amazing, amazing”, no cesaba de pronunciar cuando Jacobo terminó su interpretación.

Mientras Jacobo fue a su cuarto a secarse, los demás pasaron al comedor. Apareció a los pocos minutos con otra ropa. Después de un aperitivo, se sirvió la comida, opulenta como Farinelli. La conversación fue un monólogo de Rinaldi explicando los inventos y descubrimientos que se habían presentado en el congreso de Siena. De vez en cuando, el americano apostillaba alguna cosa y Rinaldi asentía. Jacobo se impacientaba porque no se decía nada de su proyecto.

A los postres, tras el café, se sirvió brandy y Rinaldi miró a Jacobo con una sonrisa:

–Verdaderamente, amigo, tienes alma de inventor. Tu paciencia es extraordinaria. He hablado de tu proyecto a Thornton y cree que lo que pretendes puede hacerse. 

Miró al americano que, después de pasarse la servilleta por los labios, tomó la palabra:

–Le dije a Guglielmo que quizás era posible teniendo en cuenta lo que me había contado de tu invento, pero ahora que lo he visto estoy seguro. Más de la mitad de los instrumentos musicales que he inventado o perfeccionado son de viento y, como sabes, su funcionamiento no es complejo.Jacobo lo miraba atentamente.

El americano siguió:

–Has conseguido que tus fuentes suenen al instrumento de viento y metal que desees, ¿por qué entonces no van a sonar como una voz humana? Los instrumentos musicales se distinguen unos de otros por su timbre, su color, su sonido… Igual que las voces humanas, que cada una tiene su timbre, su tesitura, su intensidad, su volumen… 

Le interrumpió Jacobo:

–Pero, Thornton, comprendo que teóricamente se pueda reproducir, como dices, un tipo de voz… Digamos de mezzo-soprano o de barítono, ¿pero crees que es posible replicar una voz concreta? No todas las voces de mezzo-soprano o de barítono son idénticas.

Thornton miró sonriendo a Farinelli:

–¿Maestro, ha enseñado a nuestro amigo que las voces de un coro se clasifican por su tesitura?

Farinelli miró a Jacobo y él se puso rojo de vergüenza. Solo acertó a decir:

–Es verdad, Thornton, pero las voces no se diferencian solo por su tesitura, sino también por…

–Ahí es adonde quiero llegar –le interrumpió el americano–. Sabemos que una voz femenina puede clasificarse, por su tesitura, como de soprano, mezzo-soprano o contralto, pero también sabemos que después cabe afinar más y clasificarla como soprano do 3, 4 ó 5; soprano do 3, hasta fa 5; mezzosoprano lírica la 2, 3 ó 4; o contralto sol 2, 3 ó 4… Aunque no habremos acabado aquí la clasificación, sino que, una vez fijada la tesitura exacta de una voz concreta, podremos determinar su timbre, su color, su volumen, su espesor, su mordiente, su vibrato… En conclusión, que no encuentro ninguna dificultad técnica en que –una vez que se han fijado todas las características de una voz– pueda reproducirse fielmente… ¿Qué opina usted, maestro?

Farinelli oía al americano asintiendo continuamente. Se enderezó y contestó:

–Creo que tienes razón, amigo. He tenido alumnos que imitaban con toda fidelidad voces de cantantes líricos famosos. Uno de ellos incluso cantaba exactamente con la voz del divino Caruso, aunque forzaba tanto la suya que cada vez que nos hacía una demostración se quedaba ronco durante un par de días… Si esto es posible, no veo por qué no se va a poder reproducir una voz humana como la de la condesa Veszprém-Kaposvár, armónica y muy bien educada musicalmente, aunque no de profesional de la lírica. Por tanto –y se dirigió a Jacobo–, yo también pienso, como nuestro amigo americano, que si has sido capaz de conseguir que tus fuentes repliquen el instrumento músico de viento que desees, no tendrás ninguna dificultad en que suenen con la misma voz de la condesa.    

Jacobo sintió que una alegría le recorría por dentro desde la cabeza hasta los pies. Después de escuchar los razonamientos del americano también a él le parecía posible el éxito de su proyecto. Miró a Farinelli y le dijo:

–Maestro, le ruego que escriba al conde diciéndole que, cuando él lo mande, me desplazaré hasta su palacio.

–Me alegro mucho, Jacobo –contestó Farinelli–. Hacía tiempo que no veía tan profundos esos boquetitos que se te forman en la cara cuando te ríes. Mañana mismo le escribiré. Es más, le advertiré de que voy a ir contigo. Creo que puedo servirte de utilidad para fijar las características de la voz de la condesa y puedas así reproducirla con mayor fidelidad.   

La charla continuó durante un largo rato. Al fin, el americano dijo que tenía que marcharse porque su barco salía al día siguiente muy temprano.

Al despedirse, Jacobo y él se dieron un largo apretón de manos.

–Cuando tengas construida tu fuente –dijo el americano–, no dejes de avisarme para que vaya a verla. Me sentiré orgulloso de haber tenido algo que ver con ese milagro.

–Tenlo por seguro. No te lo perderás –respondió Jacobo con una sonrisa–.

–Ni yo –dijo el filósofo–.

–Ni, desde luego yo –casi gritó Rinaldi–.

–Todos la veréis. Así mi alegría será todavía mayor… Naturalmente, si tengo éxito.

Como la vez anterior, fue Jacobo quien acompañó a los invitados hasta la puerta. Cuando volvió al comedor Farinelli estaba dormido y roncando estruendosamente.

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