Jesús Rodríguez

El afinador de fuentes (Capítulo 24. Parte I)

Lecturas contra el coronavirus

Una vista de Tihany junto al lago Balaton.
Una vista contemporánea de la localidad húngara de Tihany junto al lago Balaton.

30 de abril 2020 - 06:02

Habían transcurrido dos semanas desde aquella comida con Rinaldi y su amigo americano, cuando, mientras estaba en su habitación trabajando, oyó Jacobo desde el pasillo la voz a grandes gritos de Farinelli:

–¡Respuesta del conde, Jacobo! ¡He recibido respuesta del conde!

Salió enseguida de la habitación y oyó decir al maestro entre jadeos:

–El conde nos espera dentro de dos semanas en su palacio. Me ha mandado planos de dos de las fuentes de sus jardines. Tuve la idea de pedírselos con el fin de que pudieras ir adelantando la construcción de los ingenios. Acompaña además a su carta tres billetes de tren, uno para cada uno de nosotros y el tercero para Giovanna. Según dice en la carta, la condesa ha insistido en que nos acompañe.

Jacobo no cabía en sí de tanta alegría. Abrazó a Farinelli y volvió a su cuarto a escribir a sus padres y a Mencía, contándoles la noticia.

La idea de Farinelli de pedirle al conde que le enviara planos de dos de las fuentes de su palacio fue muy acertada. Gracias a ellos conoció que una tenía forma redonda, como la de Farinelli, solo que su diámetro era mucho mayor; la otra, en cambio, era rectangular. En tres o cuatro días Ferretti recibiría el diseño y podría ir construyendo los armazones de aluminio que él convertiría en instrumentos de música. Jacobo pensó que también podría ir preparando el diseño de las lengüetas, válvulas, pistones, telescópicas, varillas…

En ese momento tuvo una inspiración: aunque desconocía la voz exacta de la condesa, podría ir afinando en la elaboración de las piezas de cada fuente oyendo voces parecidas a la suya, de tal manera que cuando llegara a Hungría solo tuviera que hacer pequeños retoques en ellas.

Farinelli estuvo de acuerdo.

–Conozco su voz perfectamente –dijo–. La he oído cantar en muchas ocasiones. La realidad es que lo hace bastante bien para ser solo aficionada. Se ve enseguida que ha tenido buenos profesores de canto. La tesitura de su voz es más bien de contralto, sol 2… quizás 3. Buscaré cantantes con una parecida.

Al día siguiente aparecieron algunas cantantes en el estudio del maestro. Él las oía e iba dando indicaciones a Jacobo:

–El color del timbre de la condesa es más oscuro; el volumen algo más pequeño y mayor el espesor; la mordiente no es tan brillante y su vibrato no tiene ni mucho menos la misma calidad, ten en cuenta que la condesa canta solo por afición.

Jacobo tomaba nota de cada una de las apreciaciones de Farinelli y después las ordenaba en su cuarto. Al segundo día ya tenía una idea aproximada de cómo era la voz de la condesa.

Empezó entonces a diseñar las piezas pequeñas que colocaría dentro de la estructura de aluminio. Por debajo de los orificios –que hacían las veces de pistones– situaría decenas de varas, registros, tubos…

Al día siguiente apareció en la fábrica de Ferretti, que se frotó las manos al verlo aparecer. Aquel joven no hacía encargos baratos.

Cuando extendió el plano, Ferretti no pudo evitar sonreír: la cantidad de aluminio que debía producir era mucho mayor que la vez anterior, porque se trataba de construir dos estructuras y además de mayor longitud. Las piezas pequeñas no suponían ningún esfuerzo extraordinario, porque ya tenía confeccionados casi todos los moldes.

Jacobo le explicó algunos detalles y después le dijo:

–Igual que hiciste con la fuente de Farinelli, deberás llevar desmontadas las estructuras de estas dos fuentes y armarlas allí. No te preocupes por los gastos del viaje porque te serán resarcidos y tu trabajo se te recompensará muy generosamente, ya que…

–¿Gastos de viaje? –repitió Ferretti–. ¿Pero dónde hay que colocar las estructuras?

–En Hungría.

Ferretti se quedó en silencio, calculando a ojo su beneficio. Sonrió.

–¿Y cuándo tienen que estar en Hungría? –preguntó a Jacobo–.

–Farinelli y yo llegaremos en trece o catorce días. Calcula la duración de nuestro viaje y el tiempo que tardarás en montar la estructura en cada fuente, de tal manera que cuando lleguemos ya esté todo listo y solo falte que yo acople las piezas pequeñas.

–Pierde cuidado, amigo. Así será.

Hicieron el viaje en unos pocos días. Aunque Farinelli había omitido contárselo a Jacobo, además de los billetes de tren, el conde había reservado habitaciones en los hoteles más lujosos de las ciudades en las que harían noche.

Cuando llegaron a la estación de Budapest ya les estaba esperando un coche de caballos. El palacio del conde Férenc Veszprém-Kaposvár, se encontraba en Tihany, situada a más de ciento treinta kilómetros, por lo que debían dormir en algún lugar antes de llegar.

El cochero les condujo hasta una pequeña ciudad, Székesfehérvár, en la que el conde tenía uno de sus palacios. Aunque se les ofreció cenar, solo Farinelli aceptó. Giovanna y Jacobo se dirigieron a sus habitaciones.

Jacobo se sentía tan agotado del viaje que no podía conciliar el sueño. Durante dos horas no paró de dar vueltas en la cama. El lugar era muy silencioso, solo de vez en cuando se oía la voz de Farinelli pidiendo que le sirvieran otro plato más.

Al día siguiente, después de desayunar, iniciaron el camino que llevaba hasta Tihany.

Serían las seis de la tarde cuando vieron un resplandor azul. Dijo Farinelli:

–El Balaton. Es un lago, pero tiene medidas de mar. Si no es el más grande de Europa, será el segundo. En un rato veremos Tihany, uno de los pueblos más bonitos que he visto en mi vida; entonces nos desviaremos hacia Badcsony, que produce los mejores vinos de Hungría. Ya los probarás porque el conde tiene viñas allí. Entre los dos pueblos tiene su palacio.

Un rato después, rompiendo el naranja del incipiente crepúsculo, apareció la silueta de un pueblo pequeño. “Tihany, qué maravilla”, exclamó Farinelli, pero Jacobo no encontró ninguna diferencia entre aquel perfil y el de los otros pueblos húngaros que habían cruzado durante el camino: dos altas torres rompiendo el horizonte sobre tejados de pizarra y un fondo de bosque.

El coche viró hacia la derecha y, después de un rato, apareció el contorno de una torre enmarcada por la rodela de oro viejo que era ya el sol: “La torre del homenaje del castillo del conde”, dijo Farinelli.

Al llegar, el conde los esperaba en una extensa explanada con un estanque circular en cuyo centro se elevaban estatuas doradas. Le acompañaba un joven algo mayor que Jacobo, que vestía muy elegantemente un esmoquin cruzado, color midnight blue, por aquel entonces de moda. Lucía camisa con botones de madreperla, y cuello tipo ala con pajarita blanca. Y es que a los que en aquel entonces se consideraban dandies les gustaba distinguirse usándolas de este color. Aún no se había impuesto el código que exige corbata negra con esta prenda.

El conde se dirigió hacia ellos muy amablemente diciendo mientras exhibía una gran sonrisa:

–Perdonad que la condesa no os reciba. Se encontraba muy cansada y está descansando para poder acompañaros en la cena.

–No hace falta que realice ningún esfuerzo por nosotros, conde –contestó Farinelli–. Ya tendremos el gusto de saludarla mañana.

–Muchas gracias, amigo. Así se lo diré, aunque será inútil. La condesa conoce sus obligaciones con los invitados y sobre todo con los amigos… Por cierto, aún no conozco a nuestro genio.

Se dirigió a Jacobo y dijo sonriendo, mientras le tendía la mano:

–¿Jacobo, verdad?

–Sí –respondió él, estrechando la mano que se le ofrecía–. Es un honor para mí conocerle…

Tuvo la duda de si debía llamarle Excelencia o Señor… Al fin, decidió darle el mismo tratamiento que Farinelli y pronunció: “conde”.

El conde se volvió y señalando al joven, que seguía detrás, dijo:

–Mi sobrino Dieter von Hassel-Dessau, duque de Hassel-Dessau.

Él joven se adelantó, desnudó su mano derecha del guante de cabritilla beige que la cubría y besó, inclinándose, la mano de Giovanna; después le sonrió mientras la miraba fijamente –demasiado fija y demasiado largamente le pareció a Jacobo–.

Tendió a continuación la mano a Farinelli mientras le decía también con una sonrisa que a Jacobo le pareció muy distinta de la anterior: “Piacere”. Al fin, se volvió hacia él y expresó: “Mucho gusto en conocerte”. Y lo miró tan encantadoramente que a Jacobo se le disiparon aquellas contrariedades.

stats