Lecturas contra el coronavirus

Jesús Rodríguez

El afinador de fuentes (Capítulo 54. Parte II)

Fotografía de un cartero de finales de siglo XIX.

Fotografía de un cartero de finales de siglo XIX.

Los vecinos, algunos de ellos recién despiertos, se miraban unos a otros.

–¿Para qué buscarán estos dos a Pepa la del Puntillero? –preguntó una vecina a otra, vestida con una batita floja,  en un susurro–.

-Seguro que es por otra de las cosas de su marido: no sale de una, cuando ya se ha metido en otra –contestó la de la batita–.

Ninguno se atrevía a abrir la puerta, hasta que lo hizo un niño.

‘El Tabardillo’ no perdía de vista a los perros, que gruñían amenazadoramente.

De pronto gritó don Gervasio:

–¡Allí, Tabardillo, al fondo! ¡Aquella mujer que se va corriendo!

Salieron los dos detrás de ella. Los perros seguían gruñendo, pero ni se movieron.

La casa tenía dos patios. Vieron cómo la mujer se metía en el segundo, cruzando una puerta. La siguieron y llegaron a un corralón con suelo de tierra. La mujer seguía corriendo en dirección a una puerta situada al fondo.  Iban a continuar la persecución cuando Don Gervasio dijo a ‘El Tabardillo’:

–¡Para! No es quien buscamos. Por mucha falda que lleve, es un hombre… No corre como las mujeres y menos todavía como una mujer tan gorda como la que buscamos. Nos ha engañado, la muy sinvergüenza. Seguro que mientras perseguíamos a ese, ella ha salido tranquilamente por la puerta de delante y sabrá Dios dónde está ya.

Volvieron por sus pasos. Los perros seguían en el mismo sitio en que los dejaron, gruñendo mecánicamente. Cruzaron la cancela y salieron a la calle.

Allí, agarrada por ‘El Remolinete’, que sorteaba las tarascadas que ella le propinaba, estaba la mujer. Llevaba un gran paquete en las manos.

–Aquí la tenéis –dijo el cochero con cara satisfecha–. Os ha dado coba a los dos, pero al Remolinete no se la dan fácilmente.

Don Gervasio se dirigió a la mujer:

–¿Sabes que has cometido un delito que te va a costar la cárcel?

Ella lo miró angustiada y contestó:

–No fue idea mía, sino del sargento de los municipales y los otros señores. Me amenazaron diciéndome que, si no me llevaba de la casa de don Jacobo un cuadro que tendría un papel con unos pocos de sellos y se lo entregaba, harían que me condenaran a mí a la cárcel y a mi marido a más años de los que ya le está pidiendo el fiscal.

–¿Quiénes son esos señores de los que hablas? –preguntó ‘El Tabardillo’–.

–El marqués ese de san no sé qué… el de la bodega que compró don Jacobo; el señorito que le dicen Pepito Etiqueta y su padre; y el sargento de los municipales. Vinieron a verme, me preguntaron si yo trabajaba en casa de don Jacobo y cuando les dije que sí me amenazaron con lo de mi marido si no hacía lo que ellos me ordenaran… Lo que no hice fue darles el cuadro, porque me malicié que era mejor quedármelo yo: si no, ¿cómo podía estar segura de que no me denunciarían a mí o no hundirían más todavía a mi marido?

–Pues si quieres librarte de pasar en la cárcel más tiempo aún que tu marido tendrás que ir ante el juez y contarle lo mismo que a nosotros –le dijo don Gervasio en tono grave–.

–No, por Dios. Lo del niño de teta es mentira, que me lo presta mi vecina, pero que tengo que cuidar a mis padres es verdad. Les hago mucha faltita a los dos. No me vayan ustedes a denunciar.

–De acuerdo –replicó don Gervasio–. No te denunciaremos, pero ven con nosotros al juzgado.

–Ay, mi madre –gimió ella–. Al juzgado… Prefiero ir al infierno.

–Al juzgado, Remolinete –ordenó ‘El Tabardillo’–. Y volando.

–En menos que se va una saliva en una sartén estamos allí –contestó el cochero mientras hacía restallar el látigo–.

En cuanto llegaron al juzgado, pagaron a ‘El Remolinete’ la carrera y le dieron una propina generosa. Lo agradeció ostensiblemente y se despidió de ellos diciendo entre risas:

–La propina, para unos zarcillos de coral para la yegua de pelo zaíno y rodete.

Y rió alevosamente.

Los dos subieron, junto con la mujer, la escalera y llegaron a la sala de vistas. ‘El Tabardillo’ cargaba el cuadro con dificultad, porque pesaba mucho.

Allí se encontraba el pasante de don Rafael acompañado de un hombre que vestía el uniforme azulado de los funcionarios de Correos y Telégrafos, y que temblaba ostensiblemente.

–He llamado a la puerta –dijo el pasante–, pero el agente judicial no ha abierto. Deben de estar interrogando a un testigo. Hasta que no concluya el interrogatorio no abrirá, porque al juez no le gusta que se interrumpan las declaraciones.

–Esta mujer es la que robó el cuadro de casa de don Jacobo –dijo don Gervasio–.

–Y éste es el que venía reteniendo la entrega a don Rafael de la carta de la embajada -respondió el pasante–.

Se abrió la puerta de la sala y el pasante de don Rafael entró velozmente. Don Gervasio y ‘El Tabardillo’ se quedaron fuera junto con la mujer y el funcionario de Correos, los dos afectados de un mismo tembleque.

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