La NIcolumna

Nicolás Montoya

Por alusiones

02 de septiembre 2010 - 01:00

ES bueno que la Naturaleza siga haciendo de las suyas. Es genial que por culpa de los avatares de la naturaleza los seres humanos deban cambiar de planes. Es como una cura de humildad para supercreidos. Es un puntazo que por culpa de la calor se deba posponer un partido de fútbol, o que por un exceso de celo del dios Eolo en el Estrecho se cancelen los ferrys hasta Ceuta y Tánger, o que los cuernos de los ciervos de la playa del Coto frente a Sanlúcar sigan teniendo más fuerza que los negocios de cemento y asfalto para atravesar autovías desde bajo Guía. Todo por culpa del clima y de la Naturaleza con mayúsculas, que no entiende de tiempos y, a su ritmo, sigue sin prisas, desarrollándose como abuelita sabia que disfruta siendo la dueña del Planeta.

Nuestra adecuación al ritmo de vida es de lo más artificial. La llegada de septiembre, percance que suele ocurrir todos los años, es el mejor ejemplo, porque suele hacer pensar al común de los mortales que es el tiempo de la vuelta al trabajo y de la monotonía del ciclo de l vida. Los ciclos se repiten e invitan a pensar sobre algo que de poco tangible, se nos escapa de las manos: el tiempo y nuestras vidas. Cuando se inventó la medida del tiempo, y el reloj apareció como fatídico compañero, nacieron en la naturaleza los conceptos de pasado y el futuro. Desde ese momento el humano empezó a dejar de ser feliz: teme perder el tiempo, no tener tiempo, que el tiempo no nos llegue, o que se pase sin sentirlo. Igual que algunos aprenden del pasado, la mayoría no sabemos cuantos puñados de siglos les espera a nuestros descendientes. Si acabamos con el concepto de tiempo volveríamos a pensar que somos eternos, y actuaríamos de otra forma muy diferente a la que seguimos habitualmente, donde ya se encarga el presente de recordarnos que no somos eternos. De eternidad solo sabe la Naturaleza. Y nosotros deberíamos también ser conscientes de ello. Alguien se debe dar por aludido.

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