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Pasará esta Eurocopa como competición inolvidable, pero resulta que en su penúltima singladura nos hemos topado con un pelo en esa sabrosa sopa. El partidazo, uno más, entre Inglaterra y Dinamarca fue a desempolvar una de esas corruptelas que soporta el fútbol bajo el epígrafe de calor ambiental. Ese calor ambiental de Wembley iba a ser determinante para que los locales alcanzasen espuriamente un triunfo que merecían.
Porque los pross merecieron derrotar a una digna Dinamarca que tuvo en Kasper Schmeichel su soporte principal y en el ex sevillista Simon Kjaer un enemigo tan sorprendente como involuntario. Pero si es posible escribir derecho mediante renglones torcidos, antier noche en Wembley se demostraba con la decisión del neerlandés Danny Makkelie al diagnosticar penalti en un piscinazo obsceno de Sterling cuando la prórroga enfilaba inexorablemente su intermedio.
Una vez más en fútbol, el pez grande recibía del árbitro al pez chico y lo devoraba entre el regocijo del calor ambiental que le da alas al equipo local. Y en esa jugada, que iba preciosa, del jamaicano citizen fue cuando apareció el pelo en la sopa deliciosa que está siendo esta Eurocopa. Pasa también que con esa picaresca de Sterling con la connivencia arbitral se cae por su propio peso el mito del fair play británico que condenaba de por vida al jugador que hacía trampas.
La perfección parece ser que es una entelequia inalcanzable y una competición que la rozaba se ha visto adulterada con una decisión trascendental. Ni siquiera el VAR supo impedir el desaguisado y ahí tenemos a la Inglaterra del gran Harry Kane en vísperas de cumplir el sueño de ganar la Eurocopa por primera vez. Y mientras seguimos rumiando la dichosa tanda del martes, la pregunta es si también Italia podrá soportar el peso tan enorme de Wembley... y sus circunstancias.
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