En tránsito
Eduardo Jordá
Opositar
Crónica personal
Gabriel Rufián, ostentosamente, no dio la mano a Santi Vila tras declarar ante el Supremo, aunque sí la tendió al resto de los imputados.
Vila, ex alcalde de Figueras y ex consejero de la Generalitat, se sienta en la última fila y no se inmutó ante el gesto del diputado Rufián. Probablemente, lo esperaba. Los indepes le tratan como un traidor, como un apestado, pero le pasa a muchos otros. Durán i Lleida, por ejemplo, nacionalista de pro pero no independentista, que ha hecho grandes servicios a Cataluña, ha sufrido más de un desplante en los últimos meses. No extraña, por tanto, que Vila -que dimitió el día antes de la Declaración Unilateral de Independencia tras intentar inútilmente que Puigdemont tuviera un golpe de sensatez- sea tratado con tanta grosería por parte de un Gabriel Rufián al que entusiasma hacer alardes de grosería y descalificaciones personales.
No es Rufián el único independentista que niega el saludo al ex conseller. Quizá le dolió en algún momento a un Vila que abogaba para que se hicieran las reformas legales y constitucionales necesarias para que Cataluña pudiera convertirse en una nación independiente; pero hoy, han sido tantos las malas caras que ha sufrido el ex consejero, tantas las espaldas giradas, tantos los artículos recriminatorios y las declaraciones en las que lo más suave que se le llamaba era traidor, que probablemente le ha resbalado el no saludo de Rufián. Aunque la procesión debe ir por dentro.
Vila, sin embargo, precisamente por su independentismo confeso, durante un tiempo fue uno de los catalanes con más presencia y protagonismo en la vida política y social de su región. No había puerta que no estuviera abierta para él, era el invitado que todos querían sentar a su mesa, la figura en alza a la que se le auguraba futuro inmejorable. Culto, con buenos contactos, educado, mantuvo una relación excelente con Ana Pastor cuando ella era ministra de Fomento y Vila tenía a su cargo las infraestructuras catalanas. Se hicieron amigos, lo que le convirtió en el mejor interlocutor ante el Gobierno de España cuando empezaron a envenenarse las cosas entre la Moncloa y la Generalitat. Por otra parte su relación con Artur Mas y con Puigdemont era inmejorable. Hasta que los dos apostaron por la independencia a cara de perro, fuera de la ley, proclamando la DUI. Sin mucha convicción, o sin mucha valentía, porque la suspendieron a los pocos segundos por temor a los tribunales.
Santi Vila se bajó antes del barco: independentista sí, pero DUI, ni de broma. Y así está ahora en la sala donde se celebra el juicio: en la última fila, sin que ninguno de los otros imputados le dé ni los buenos días.
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