En tránsito

Eduardo / Jordá

El aquelarre

18 de septiembre 2013 - 01:00

LA semana pasada murió el ex juez Manuel Rico Lara, que era juez de menores en Sevilla cuando estalló el caso Arny en 1995. Mucha gente se habrá olvidado de aquello, pero ese caso debería estudiarse en las Facultades de Derecho -y también en las de Periodismo- para explicar a los alumnos cómo no se deben hacer nunca las cosas. Durante tres años de aquelarre judicial y mediático, una serie de personas totalmente inocentes -entre ellas el juez Rico Lara- fueron acusadas de ser pederastas y corruptores de menores, sin más pruebas que las declaraciones de unos yonquis que se dedicaban a la prostitución masculina en un pub de mala muerte. Tras una chapucera investigación policial, una juez de instrucción como mínimo imprudente imputó a todas las personas que habían sido nombradas por esos testigos, sin que hubiera pruebas de ninguna clase ni indicios sólidos ni nada de nada. Y aunque el caso estaba bajo secreto de sumario, los nombres de los acusados empezaron a circular a los dos segundos por todos los periódicos y emisoras de radio y cadenas de televisión. Todo fue una monstruosidad jurídica, pero los imputados tuvieron que enfrentarse a la terrible acusación de ser corruptores de menores, y no sólo ante la opinión pública, sino ante sus familiares y amigos. ¿Cómo te enfrentas a tu mujer y a tu hijo, cuando la televisión dice que eres un pederasta?

"El juez de Menores de Sevilla, implicado por la red de corrupción infantil", decía muy ufano el titular de un periódico. Y otro titular decía sin cortarse un pelo: "Una de las víctimas de la red, un joven que ahora tiene 18 años, contó anoche su experiencia traumática". El periódico lo tenía todo muy claro: había una red de corrupción, había una víctima y había una experiencia traumática, aunque la única experiencia traumática la sufrieran el juez acusado sin motivo y todos los demás acusados.

Y lo más asombroso es que ese caso chapucero no tuviera consecuencias de ningún tipo (salvo para los pobres acusados, claro está). La juez siguió haciendo tan tranquila su trabajo, sin recibir siquiera una pequeña reconvención. La policía que investigó el caso, que sepamos, tampoco pidió disculpas. Y ni siquiera los periódicos y radios y cadenas de televisión que explotaron el caso asumieron su error. Pero no conviene olvidar que los hechos sucedieron en España, ese extraño país donde nadie asume jamás sus errores, aunque esos errores les cuesten muy caro a un puñado de inocentes como el juez Rico Lara.

stats