Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
ACABO de guardarlo. Vengo de meterlo en su caja de cartón, ajada ya la pobre después de tantos años, y de subirlo al altillo del armario junto con las figuritas del nacimiento. Tenía que ser hoy mismo, sin tardanza, me provoca verdadero malestar el que la casa siga vestida de navidad después de Reyes.
Le he dejado las luces puestas, listo para funcionar otra vez el año que viene. Con el trabajo que cuesta y el relío de cables que se arma, verdaderamente es tontería repetir el mismo esfuerzo dentro de unos pocos meses. Pero está enfadado, no quiere hablarme. Le parece injusto que la palmera pueda seguir ahí fuera todo el año -o la jacaranda o el ficus- y él tenga que vivir encerrado en su caja casi todo el tiempo, ¿no es él un abeto, acaso? Cómo decirle que es un árbol, sí, pero de mentirijillas y que los demás árboles se reirían de él, y que lo harían papilla las primeras lluvias.
Mientras lo iba desvistiendo y desarmando, yo intentaba consolarlo explicándole lo feliz que me ha hecho toda la Navidad, contándole que metía la cabeza por la puerta del salón a cada rato para contemplarlo. Y lo mucho que me gustaba ver sus lucecitas blancas titilando, haciendo de la esquina del salón un ascua de estrellas. Y lo entusiasmada que he estado este año con los adornos caseros donde, en lugar de bolas, había fotos enmarcadas con blondas de papel. La foto de mi marido y yo juntos, arriba del todo, y luego, hacia abajo, la de mis hijos a diferentes edades y mucha gente más que, lo mismo que las bombillas, centellean iluminando nuestras vidas. Y el espumillón, también casero, con tiras de encaje de un traje de gitana viejo de las niñas.
Pero nada, por mucho que le contaba, seguía enfadado sin hablarme. Su mosqueo me recordó algo al mío cuando me rebelo contra el hecho de ser madre a tiempo parcial. Desde que mi hogar se convirtió en un nido vacío, mi condición de madre se volvió como las luces del árbol: intermitente. Y no es fácil andar cambiando de identidad cada poco tiempo. Sin ir más lejos, de aquí al lunes, tendré que guardar mi regazo materno en el altillo, hasta que mis hijos vuelvan otra vez a casa en vacaciones.
Terminando estaba de recogerlo todo, pensando en la cara de satisfacción que pondrá mi marido viendo la casa sin rastro de la Navidad, cuando me pareció escuchar algo bullir y removerse en el altillo. Y un suspiro largo, como el del niño que se ha quedado por fin dormido después de un llanto largo. En un tris estuve de desembalarlo y abrazarlo, y sentármelo en la falda y acurrucarlo como si fuera mi niño.
También te puede interesar
Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
Las dos orillas
José Joaquín León
Sumar tiene una gran culpa
Crónicas levantiscas
Feijóo y otros mártires del compás
Manual de disidencia
Ignacio Martínez
Moreno no sabe contar