Los arcoíris del otoño

El verano es sólo un paréntesis, pero los conflictos parecen conservarse embalsamados

Se acabó el verano y una vez más queda demostrada la habilidad de las ciudades para hacernos olvidar las vacaciones. Bastan unos días recuperando nuestras rutinas y los recuerdos de lo acontecido el mes anterior desaparecen de la memoria con la misma velocidad que los aspiradores de alta gama eliminan el polvo. Ya está el otoño llamando a la puerta y algunas hojas apresuradas se arrastran por el suelo. No hay grandes novedades en el ambiente. Los problemas que teníamos no envejecen y continúan sin una cana . El verano es sólo un paréntesis, pero los conflictos parecen conservarse embalsamados. Para lo único que sirven las vacaciones es para demostrar que si cuando no estamos las cosas continúan igual, habrá que concluir que nosotros no éramos los culpables. No al menos los únicos.

Han vuelto los debates que nos ocupan desde el Siglo XIX referidos a si somos un pueblo o varios que deciden vivir juntos. Un asunto aburrido que los descendientes de los Reinos de Castilla y León, Navarra, Aragón y Al Ándalus, continuamos sin tener bien resuelto más de cinco siglos despues. Y ahí seguimos, en bucle. Aturdidos porque el nuevo mundo de una Europa sin fronteras aún no se ha consolidado del todo; ni el viejo de fueros y fronteras ha desaparecido. Vivimos en medio de dos realidades, a medio hacer una, camino de su desaparición la otra. Las ideas de una Europa de las regiones murieron antes de nacer y forman parte de los sueños melancólicos de algunos políticos bien intencionados, pero incapaces de darse cuenta de que el asunto trata de unirse, no de dispersarse aún más, para poder competir con China, EEUU. y el sudeste asiático. No hemos evolucionado tanto, seguimos creyendo que el casual lugar de nuestro nacimiento es fundamental para diseñar el futuro. No nos damos cuenta de que internet ha derribado las fronteras y convertido las distancias en clics instantáneos. Por supuesto no se trata de trasformar al planeta en una pared de un único color; la diversidad enriquece; la pluralidad forma parte de la vida y la democracia cuando mejor funciona es cuando se expresa a través de ella. No, no es cuestión de crear un único mundo en el que todos vistamos el mismo uniforme y que nos matemos enfrentándonos porque el elegido sea el nuestro. Se trata de que el de cualquier otro sea tan nuestro como el que llevamos puesto, y juntos formemos un arcoíris que embellezca el horizonte. Incluso si es otoño y falte tanto para el siguiente verano.

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