Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Gestoría Prieto, más de medio siglo en el barrio de San Pedro (y II)
La esquina
Está por ver que el acuerdo del Gobierno con los transportistas sirva para pacificar a un sector cuya trascendencia para la vida cotidiana de los españoles sólo se comprende cuando deja de funcionar. Lo que sí está ya visto y comprobado es que Pedro Sánchez y sus obedientes ministras implicadas en el conflicto improvisan, yerran y se alejan, por soberbia, de la realidad más acuciante.
Se han equivocado gravemente al negarse a negociar con la plataforma que había convocado la huelga -mejor dicho, el paro- en uno de los sectores neurálgicos del país, con el argumento extravagante de que sus líderes sirven a la ultraderecha y el estrambote de que hacen el juego a Putin, salido del desbordante pensamiento de nuestra María Jesús Montero. Y se han equivocado gravemente al tardar tanto en atender las reivindicaciones planteadas. Lo que se ha pactado ahora se podía, y debía, haber pactado hace diez días, y nos habríamos evitado la violencia en las carreteras y el triste espectáculo de un país con los mercados desabastecidos, los supermercados sin leche y las grandes industrias cerrando. Un país camino de quedar patas arriba.
Sánchez, buscando uno de los golpes de efecto e impactos propagandísticos que identifican su trayectoria gobernante, aplazó todas las medidas contra el agravamiento de la crisis por la guerra de Ucrania hasta el martes 29. Su idea era convencer a toda Europa de poner topes a los precios del gas y volver a España como el gran salvador de la economía continental. Una ensoñación de las suyas que la UE no le ha comprado. Y rematar la faena en casa, con un reparto de ayudas abundante para el transporte, la pesca y el campo. Aunque la deuda pública haya pasado del 95% al 125% del PIB en dos años y alguna vez tenga que pagarse.
Es una mezcla explosiva, la de la improvisación y la soberbia. Pedro Sánchez no aparenta tener más estrategia que ir apagando fuegos conforme se van declarando y eludir sus responsabilidades en cada problema (para eso están el PP, la UE o el Kremlin). El plan es seguir tirando, no escuchar a nadie que le importune o le discuta y parapetarse tras los visillos de la Moncloa a los que se refería el escritor Sergio del Molino. Desde la torre de marfil lo que se ve y se oye no es la ira de la España más empobrecida ni la desconfianza generalizada de una sociedad sin esperanzas, sino las maniobras de la ultraderecha, la incomprensión de Europa y el inoportuno Putin que ha abortado la recuperación impepinable.
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