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Tribuna libre

Francisco Domouso Martínez

Secretario General-Administrador de Cáritas Regional de Andalucía

Las nuevas tormentas

Lluvia en el cristal de un coche en un día de tormenta esta semana en Jerez.

Lluvia en el cristal de un coche en un día de tormenta esta semana en Jerez. / Miguel Ángel González

Esta noche llovía. Era ese tipo de lluvia que nos beneficia. No la que nos está cayendo desde hace más de un mes. Se acercaba una tormenta... y mi pensamiento se fue a cierta casa, a cierta familia. Sus caras y sus nombres. Hablé con ellos hace unos días. Esa familia que comenzó a remontar, después de años acudiendo a nuestras ayudas, las ayudas de Cáritas. Los padres habían encontrado trabajo. Muchas horas y un sueldo bajo, les salvaba de pedir. Ella casi trabajaba el doble que él para conseguir el mismo ‘sueldo’, en la economía informal, limpiando casas ajenas. Él no tenía más posibilidades de trabajo. Llevaba más de 5 contratos desde que terminó el verano... y ahora ya nada. Esperaba la Semana Santa, la Feria, el Rocío, el verano… Entre los ingresos de ambos, ya dejaron de acudir a la Cáritas parroquial. Me daban las gracias y seguían ofreciéndose para lo que hiciera falta. Querían ayudar, como a ellos les habíamos ayudado.

Comenzaron los truenos. Me estremecí. Los de otro tipo, llevan días barruntando. Y es que, para esa familia, la tormenta debía rugir de una forma aún más atronadora. Se escuchaba la lluvia fuertemente caer. A ellos, seguro experimentaban que les caía de una forma mucho más sentida.

Y es que ellos formaban, hasta hace unos meses, parte de esa estadística de que más de 182.000 hogares andaluces se encuentran en exclusión severa. En ese grupo en el que se ceba desde hace muchos años, la desigualdad y la exclusión más severa. Durante mucho tiempo vivieron con el miedo de perder su casa, como todos esos 226.000 andaluces que aún sin tormenta, no dormían tranquilamente, porque algunos vecinos ya habían sufrido esos relámpagos, que presagiaron la tormenta que les tocó vivir y ya la viven en la calle, casi de okupas.

Y no es que se embarcaran en deudas de consumo que les arrastraron, no. Era la casa que los abuelos les dejaron. Pero la habían hipotecado para salir adelante, con un prestamista. Ellos forman parte de esas 84% de familias en exclusión que viven en uno de los barrios degradados en nuestras ciudades andaluzas.Hace unos días, me comentaban que estaban asustados, pero estaban todos juntos. Y entonces salió otra cuestión. El sentimiento que tienen por el futuro de sus hijos. Porque bien saben que sus hijos van a tener el doble de dificultad que otros niños que no están en su misma situación para salir de ese círculo que les excluye.

También me explicaban que se habían gastado unos ahorros para comprar un ordenador de segunda mano, para que sus hijos puedan estudiar durante el confinamiento. Y es que el móvil de la familia no les da para más. Los megas de datos, que obtienen cuando recargan la tarjeta, se consumen con facilidad. Y ya no conectaban con sus maestros. Ahora, con el portátil, se han enganchado a la Wifi de un vecino que les ha facilitado la clave, pero le han prometido que solo por un tiempo porque va muy lenta la línea. Ellos conocen que sus hijos duplican la probabilidad de no terminar la ESO, viviendo de esa manera, lo que no facilita su salida del riesgo de exclusión. Y no solo les preocupa, les duele y se enrabian.

Es la Pascua, Cristo ha Resucitado. Cristo Vive. Pero también creo en ese Cristo Viviente que representa esa familia. Y me cuestiona. ¿Vive o sobrevive? Y es que mis seguridades se convierten hoy en preguntas. Me rodea un mundo que cada vez me cuestiona más. Es más, yo mismo me estoy cuestionando a diario qué hacer. Muchas personas conocidas se están enrocando en planteamientos de odio. Un odio político, social, económico… casi ético. De una ética adaptada. Son buenas personas, pero el virus, ese otro virus que lleva mucho tiempo infiltrándose en la sociedad, los ha contagiado.

Ya callo demasiadas veces para no entrar en polémicas que hasta rompen la convivencia, en un sin sentido. Palabras que pronuncio como Amor, Misericordia, Reconciliación, Libertad, Derechos, Bien Común... son espitas para algunos. “Buenista” me llaman. Miro alrededor y miro la religión que hemos construido y seguimos construyendo. Y veo que hemos adaptado “nuestras creencias” a nuestra suerte. A nosotros mismos. Son demasiado nuestras. No es la que vivieron aquellos, en esa primera Pascua. Hemos dejado de preguntarnos: ¿En qué Dios creo? ¿Quién es Cristo y a qué vino? ¿En qué Iglesia creo?

Nos estamos alejando demasiado de lo esencial. Sí, claro que es verdad que lo esencial somos nosotros. Es el Hombre. Pero no lo que nosotros queremos individuamente. Hemos creado vínculos líquidos, forjados en intereses concretos, lejos de una espiritualidad de la fraternidad. Ese sálvese el que pueda, ha desdibujado el rostro de ese Cristo Resucitado que murió por TODOS.

Y desde Cáritas, desde el reconocimiento de la situación que padecemos de epidemia, de pandemia, volvimos a recordar lo que hace mucho tiempo reclamamos. Lo que reclama la Iglesia Española, ya que como recalca el presidente de la Conferencia Episcopal Española, el cardenal Omella, “Cáritas es la gran asociación de la Iglesia. Es la misma Iglesia católica. Es la mano de la Caridad de la Iglesia”.

Y hemos reclamado ante el desastre que nos ha sobrevenido protección para los desempleados y se ha avanzado. Pero no llega a todos. Existe mucho empleo irregular que permitía sobrevivir, desde recoger chatarra, al ‘chapú’ (tan criticado) … o lo que no queremos ver, la prostitución, por ejemplo. Y ellos son en muchos casos nuestro gran colectivo de personas que atendemos.

Y demandamos protección en temas de vivienda y se ha fortalecido, pero hay mucho alquiler de miseria invisible –y por tanto desprotegido– que no tiene protección, además de la infravivienda o aquellos que no siquiera la tienen. Y ellos, son nuestro “público objetivo”.

Y exigimos el derecho a la alimentación, no solo de los menores, sino de todos y se han puesto propuestas para garantizarlo. Y en ello nos comprometemos.

Y luchamos contra la pobreza energética. Y es que gran parte de nuestros presupuestos se han destinado a pagar facturas de suministros varios. Y al menos, mientras dure el estado de alarma, no se cortarán los suministros. Y es que las personas que viven bajo un techo tiene derecho a tenerlos.

Y seguimos defendiendo y atendiendo a los inmigrantes. A esos hermanos extranjeros solicitantes de amparo y asilo, que viven pendientes de un papel. Y ahora que los necesitamos… solo se les ofrece la oportunidad a los que “ese papel” les caduca la fecha de validez.

Y solicitamos una ley de ingresos mínimos, que además de la actual, y que debe prorrogar automáticamente las concedidas y las que se renuevan en los próximos meses, resuelva las que están en curso. Así mismo que se acelere su concesión, con un atraso de año y medio en la resolución de solicitudes.

Una Ley de Ingresos Mínimos o Renta Básica, como última red de protección social de todas las personas más desprotegidas. Una ley para toda España, y que ya existe en algunas CCAA, donde el problema de la pobreza por esa causa, se vive y se contempla de otra forma. Una ley rechazada por muchos cristianos pese a ser Doctrina Social de la Iglesia. Pese a ser demandada desde la UE y actualmente desde el FMI.

Una renta que permita no solo atender las necesidades de las familias, sino también la conservación de los barrios, donde viven y se desarrollan esas familias (salvando la comparación, el famoso PER, ha permitido la supervivencia de muchos pueblos de Andalucía, evitando unirse a esa España vaciada). Una Renta Mínima que gestionada desde la Seguridad Social, que tiene la potestad para todo el Estado, facilite la cohesión social y la igualdad en los derechos.

Y es que las tormentas se pueden prevenir, pero esta crisis que ha llegado para quedarse, sin avisar, va a generar, no solo más desigualdad, sino una legión de personas desprotegidas en muchos aspectos y económicamente hablando, empobrecidas hasta dañar la esencia de este país y la dignidad de sus habitantes.

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