Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez, Nochebuena de 1950
Pasaron la Nochebuena y el día de Navidad en los que las ausencias son un soplo de melancolía que hace vacilar la, tan fuerte, tan frágil, llama de la felicidad familiar. Pero no apagarla, salvo que la pérdida haya sido muy reciente o indeciblemente antinatural, si la confianza en Aquel cuyo nacimiento se celebra y la memoria cierran la grieta por la que ese soplo se cuela en la celebración.
Lo que se celebra, si de verdad, con abandonada confianza, se cree en Quien nació hace 2025 años, convierte las ausencias en presencias. Porque lo que se festeja es la llegada de quien dijo “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”. Y como ningún consolador engaño hubo jamás en sus palabras, tanto el corazón, que tiene razones que la razón no entiende, como la razón, que hace confiar sin sombra de duda en quien hizo verdad sus palabras con su vida y su muerte, la pena se hace, por decirlo en sevillano, Macarena; que no conozco forma más rotunda que este nombre para afirmar, con la realidad de lo que se ve, la esperanza.
La memoria, por su parte, nos recuerda que siempre hubo ausencias en esas Navidades de nuestra infancia que recordamos como las más felices porque en torno a la mesa estaban todos. No lo estaban. Nunca lo estuvieron. Nunca ha existido una Navidad sin ausencias. Los más mayores, en parte porque creían en Aquel cuyo nacimiento se celebraba, en parte para no empañar la felicidad de los demás, sobre todo de los más pequeños, se guardaban para ellos sus penas permitiéndose solo un suspiro o una lágrima disimulada que era una ofrenda de amor a quienes les faltaban.
Como algún que otro año, dejo que Dickens lo diga con mejores palabras que las mías: “A medida que envejecemos, aumente nuestro agradecimiento porque se vaya ensanchando el círculo de nuestros recuerdos navideños… En el día de Navidad no cerramos la puerta de nuestro hogar a nada. ¿Ni a la sombra de la Ciudad de los Muertos? Ni siquiera a ella. Hoy precisamente, en el día de Navidad, volveremos nuestros rostros hacia esa ciudad, y sacaremos de entre sus huestes silenciosas a las personas que amamos para que vengan entre nosotros. ¡Ciudad de los Muertos, por el bendito nombre que aquí nos tiene hoy reunidos, acogeremos a todos los que nos son queridos!”.
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