La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Un café, 15 minutos

Si los veladores cronometrados de Barcelona se imponen se acabó la tertulia en los cafés

En los tiempos de la tiza en la oreja y la cuenta apuntada en el mostrador se pagaba en un santiamén. Ahora la cuenta nos llega tras una sesión de tecleo táctil sobre la pantalla de un ordenador, tan intenso que los manejos del camarero o la camarera les puede recordar a los más viejos al almirante Nelson y al pelotillero Kowalski -el pelota más pelota de la historia de las series- manejando los mandos, pantallas y radares del Seaview (sibiun para nosotros) en Viaje al fondo del mar y a los más jóvenes a Tom Cruise braceando ante las gigantescas pantallas de la brigada PreCrimen de Minority Report.

Hasta llegar a la petición de la cuenta se ha pasado (no en todos los establecimientos, afortunadamente) por la no atención en la barra y la consumición obligada en velador hasta para tomarse un café; y la limitación de personas por velador como extensión absurda de las medidas de prevención del Covid (absurda porque simultáneamente se juntan las masas de las cabalgatas del orgullo, los Sanfermines o los muchos conciertos de verano: de 700.000 a 20.000 criaturas apiñadas, sí; pero no más de cuatro por mesa).

Y hay otros casos dignos de mención. Hace poco tomé un café en un establecimiento que atendía en la barra. Pero no se lo podía pedir a las dos señoritas que estaban tras ella. La modesta comanda se tenía que hacer a uno de los camareros de los veladores que entró en el bar para tomarla y se salió de él para pedir desde la calle mi café a través de la ventana de atención a los veladores a las señoritas que estaban a un metro de mi desdichada persona.

Y por si fuera poco llegan procedentes de Europa vía Barcelona las terrazas cronometradas de las que escribía hace poco el compañero Navarro Antolín. 15 minutos para tomar un café, 25 para tomar un refresco o una cerveza, 35 para un copazo, 40 si la bebida se acompaña de alguna ingesta, una hora para comer y un mínimo de dos personas para tener derecho a ocupar un velador. Me acuerdo, no de la madre que los parió, que también, sino del padre que me engendró, empedernido lector en los veladores del Café de París de Tánger, de Los Corales, Las Maravillas, La Ibense, San Buenaventura y La Ponderosa de Sevilla o Las Alemanas y El Ciervo Azul de Matalascañas, siempre con el libro que en cada momento tocara y sus periódicos. Pues se acabó. Ha llegado la rácana racionalidad europea. Time is money.

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