la tribuna

José Prenda

La caja de Petri

21 de julio 2011 - 01:00

UNA caja de Petri es como una de esas cajas redondas que sirven para guardar sombreros, pero mucho más pequeña y transparente, de pocos centímetros. La primera vez que usé uno de estos singulares joyeritos, en los primeros años de la carrera de Biología, fue para sembrar un cultivo bacteriano (que es en esencia su principal utilidad) y supuso una experiencia iniciática. Significaba constatar la existencia cierta de microorganismos, más allá de lo que decían los libros y poseer de alguna forma el mundo en tus manos. Aparte de las actividades formales que representaban las prácticas docentes, me gustaba destapar una de estas cajas y dejar que sobre la superficie del medio gelatinoso, rico en nutrientes, con aspecto de golosina, se posaran propágulos de cualesquiera micropartículas que pululasen en aquel momento por el aire del laboratorio.

Pasado un tiempo y como por arte de magia comenzaban a crecer en la placa colonias de seres entonces enigmáticos, de muy diferente aspecto. Al principio leves puntitos de colores, más tarde círculos de más diámetro o formas anastomosadas y finalmente una maraña de mohos, bacterias y otros organismos que cubrían por completo la superficie del medio de cultivo, no dejando ver ni una porción libre de aquella gelatina antes pulcra.

Cuando viajo en avión me encanta mirar por la ventanilla. El paisaje me evoca a la caja de Petri contaminada de mi época de estudiante. La combinación de un sustrato apropiado y propágulos diversos genera un mosaico de formas, colores y texturas que se corresponden con múltiples seres que dan lugar a lo que, en sentido genérico, se denomina biodiversidad. Así que biodiversidad es lo que crece en una caja de Petri contaminada. La Tierra destapada debió recibir en algún momento fragmentos de vida, semillas quizás inverosímiles, que acabaron contaminando el medio de cultivo, originalmente inerte, que representaban aquellas tierras y mares primigenios. Estos seres, con el concurso del tiempo y los cambios inducidos por diferentes agentes transformadores, evolucionaron hacia una excepcional multiplicidad de formas vivas y poco a poco fueron poblando la superficie del planeta del mismo modo que las bacterias y hongos colonizan el medio de cultivo de la caja de Petri.

Uno de estos seres, Homo sapiens, por efecto del azar, ha adquirido una serie de adaptaciones que lo han convertido en una especie hipercompetitiva, ecológicamente superior al resto. Su importancia cuantitativa supera sobradamente a la de las demás. Pero más sustancial que su abundancia es su inmensa capacidad para manipular la materia y la energía. Muchas (muchísimas) son las hormigas o algunos tipos de gusanos. Pero ninguno de ellos altera radicalmente la composición química del conjunto de la atmósfera o de la mayor parte de los suelos del planeta o de los mismos océanos. Menos aún, ninguna otra especie se dedica a liberar masivamente elementos radiactivos al medio, ni tampoco se le ocurre bombardear a sus congéneres, como hace Homo sapiens, aunque sean frecuentes las luchas fratricidas en el reino animal, meros juegos de niños, si las comparamos con la saña mostrada por el coronel Gadafi con sus conciudadanos más oprimidos.

Esto no exculpa al resto de seres vivos, que no utilizan bombas fundamentalmente porque no pueden, no porque no quieran (seguramente porque no han desarrollado el rasgo adaptativo de un quinto dedo oponible, lo que les impide apretar un gatillo con la facilidad que lo hacemos nosotros). Porque cada uno a su manera está programado para perpetuar sus genes por encima de cualquier otra circunstancia.

Desde el punto de vista de un científico extraterrestre que investigue el comportamiento de los seres vivos que colonizan la caja de Petri que es la Tierra, H. sapiens es una especie más, biológicamente, pero desvinculada temporalmente de los mecanismos que ordinariamente controlan el tamaño de las poblaciones, lo que la convierte en una excepcionalidad ecológica. Las peculiaridades de este raro mono sin pelo, observará el marciano, le están permitiendo, de momento, la invasión acelerada de todos los resquicios susceptibles de ser explotados que posee la Tierra. Esto tampoco es novedoso y es la meta a la que tiende cualquier otro ser, si para ello contase con las vías adaptativas necesarias.

El resultado es que la superficie del medio de cultivo planetario está prácticamente cubierta por el moho humano, cuya actividad está generando numerosos subproductos que envenenan el medio y que está entrando en una violenta espiral de competencia intraespecífica -traducida en crisis económicas y financieras, guerras, etc.-, agudizada por la merma cada vez mayor de nutrientes y elementos esenciales, llamémosles combustibles fósiles, agua y otros recursos básicos y que presumiblemente está conduciendo al ecosistema surgido en esta caja de Petri terrícola a un colapso generalizado. No obstante, para algunos, aún nos queda el alma.

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