Tierra de nadie
La amistad, bien o mal entendida
Sine die
Llamar al televisor la caja tonta es una gran tontería. De tonta nada. Son muchos los tontos, como reza el dicho, que saben hacer relojes y las emisiones televisivas están llenas de ellos. Hace años que no oigo llamar a la televisión la caja tonta y no creo que sea porque haya dejado de serlo, sino porque el espectador al que se dirige ya no es solo un individuo pasivo, sino adocenado y adoctrinado. Recuerdo oír comentar de niño que la televisión había logrado unir a las familias en torno a ella y que había quitado a muchos hombres de pasar horas y horas en las tabernas. Incluso los llamados teleclubs -habría que explicarle a los jóvenes de qué se trataba, aunque no creo que merezca la pena porque serán escasos los que lean artículos- servían de ventana al mundo para vecinos de pueblos alejados que se reunían en un local para ver el partido de la tarde del sábado o los documentales de Rodríguez de la Fuente.
Aunque parezca una paradoja, la oferta televisiva ha disminuido en calidad al tiempo que ha ido aumentando el número de canales. Una prueba palpable de que con la edad nos vamos despegando del mundo es que difícilmente coincidimos con los gustos de la mayoría. Entre cientos de canales televisivos difícilmente conseguiremos empatar, como se dice ahora, con alguno de ellos. Y pregunto yo, como decía Gila: ¿quién ve todos esos canales y de qué se mantienen? Pues no cabe duda que deben tener su audiencia, porque, como decía, el que menos piensa hace relojes.
No es necesariamente cierto aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero en el caso de la televisión no hay duda de ello. La oferta televisiva, salvo que a uno le guste el fútbol, es en su mayor parte un insulto a la inteligencia humana. No resiste comparación el teatro de Estudio 1 con las series actuales, ni las entrevistas de Soler Serrano, Sánchez Dragó o Quintero con las de ahora, ni los debates de Balbín con personajes de nivel sobre temas importantes, con los que ahora gozan de máxima audiencia, personajillos zafios y vulgares que venden su intimidad y muestran sus vergüenzas sin la más mínima dignidad o acusan a sus padres de cuanto sea necesario con tal de ganar audiencia a cambio de grandes sumas de dinero. Probablemente, en su mayor parte sea un circo mediático, un montaje comercial, pero la imagen que se da es deprimente. Los planes educativos se encargan de hacer el resto.
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