Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez, 31 de diciembre de 1946: Argudo, García-Figueras y Montenegro
LA descripción de Manuel Machado es por sucinta y cierta inapelable: 'Frutales/ cargados./ Dorados/ trigales…/ Cristales/ ahumados./ Quemados/ jarales…/ Umbría/ sequía,/ solano…/ Paleta/ completa:/ verano'.
El verano ha llegado de golpe, como el tajo de un azadón. Nacido de una primavera intensamente lluviosa, el verano ha surgido sin aproximarse lentamente, sino apareciendo rotundo e impacable en el paisaje español. De caminar con paraguas, hemos pasado a salir a la calle en mangas de camisa arremangadas: puño y doblez. Ha sido un cambio climático natural, aunque un tanto brusco. Y pensamos que mientras que así ocurra, puede estar lejos ese otro cambio climático que auguran terrible los científicos.
Quien supo glosar ese momento de la irrupción del verano, fue el poeta Esteban Manuel de Villegas -el clásico autor de los poemas anacrónicos titulados 'Eróticas o amatorias'-, que escribió lo siguiente: 'Tras lluvias torrenciales,/ grandes como mis males,/ contra cuyas corrientes / no hay márgenes ni puentes,/ con suma bizarría/ el verano venía,/ ya purpurando flores, / ya liquidando fuentes…' Podría decirse que estos versos datan de hace pocas fechas, porque el clima del siglo XV fue idéntico al que nos toca vivir llueva o ventee, haga fresco o calor. Y ya está aquí el calor, la calor, las calores, dicho pemanianamente.
Así el ambiente, recordamos el poema 'La siesta', que un verano del siglo veinte escribió Juan José Domenechina. Dice así: 'El agua del alberca/ acorda su rumor./ De la chicharra terca/ se escucha el estridor./ Un abejorro acerca/ su pertinaz hervor./ Con otro gallo alterca/ un gallo reñidor./ Rezuman sombras, cerca,/ dos árboles en flor'. Es la siesta no dormida que todo hemos vivido alguna que otra vez, en la urbe o en el campo, somnolientos y sin que nos rodee la paz ansiada en la media tarde veraniega.
Y cuando la temperatura en alza casi nos aturde y ciega, nos acordamos de aquella adivinanza con la que nuestra abuela Teresa nos examinaba en pleno verano: 'Mil varillitas en un varillar, ni verdes ni secas se pueden contar'. Efectivamente, cómo contar los rayos del sol, ese que hoy brilla como le corresponde hacerlo en verano por los siglos de los siglos. Sí: 'Viene del este , come en el sur y duerme en el oeste, ¿quién es éste?'.
En definitiva, el verano inicia su esplendor y ya desde la meseta añoramos el mar. Evoquémoslo con el maestro Manuel Machado: 'Para mi pobre cuerpo dolorido,/ para mi triste alma lacerada,/ para mi yerto corazón herido,/ para mi amarga vida fatigada…/ ¡El mar amado, el mar apetecido,/ el mar, el mar, y no pensar en nada!' Y el mar nos espera, el mar de todos los veranos como un tobogán de sensaciones, en la hora del calor, de la calor, de los y las calores…
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