Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez, 1979: Choquet, Esteban Viaña, Manolo Benítez, Falconetti y Nadiuska
José María Aznar ha mandado un recado de Far West a Santiago Abascal: "A mí, a la cara, nadie me llama derechita cobarde». La frase impresiona con esas dos comas alrededor de la cara como dos ojillos entrecerrados para hacer puntería y la mano que hormiguea sobre la empuñadura de un revólver retórico. Además, juega -guerra psicológica- con los años que Abascal estuvo en su PP y con la inercia del respeto a la jerarquía de entonces.
Quizá me impresione más porque yo a duras penas llamaría "cobarde" a nadie ni a la cara ni a sus espaldas, aunque lo fuese. Preferiría sugerir que pudo ser tal vez un poco más valiente o, sobre todo, lamentar la oportunidad que perdió por… lo que fuese.
Encima, una experiencia personal me convence de que, en efecto, tiene que ser muy difícil decirle "derechita cobarde" a José María Aznar a la cara. Una vez intenté decirle algo y no terminó bien.
Era todavía líder de la oposición y tuvo un encuentro con afiliados y simpatizantes. Instado por una tía mía, que a la sazón era concejal del PP, fui con varios amigos al hotel. Allí, cuando Aznar me saludó, le pregunté por el aborto. No le gustó la pregunta. Me dijo que no era una prioridad. Le repliqué que para el nasciturus era la prioridad más prioritaria. Me volvió su espalda de inmediato, esto es, casi no se lo dije a la cara, sino a su evanescente perfil, y dos guardaespaldas se interpusieron inmediatamente entre su espalda y yo. Algunos afiliados y simpatizantes me afearon la ocurrencia de hacer esa pregunta tan inoportuna al presidente. Decepcionados, mis amigos y yo nos fuimos. Y mi tía se llevó un buen disgusto (conmigo).
No le guardo rencor. Aquello engrandeció mi leyenda porque, cuando empecé a tirarle los tejos a la que hoy es mi mujer, alguien fue corriendo a contarle a mi suegra que mira si yo era un carca recalcitrante que hasta la había liado en un mitin Aznar (que para entonces, ya en el gobierno, parecía la encarnación de la súper derecha). Como no evitó mi matrimonio, pero le dio cierto picante de Capuletos y Montescos, estoy agradecido. También porque aquel suceso me ayudó a dejar toda esperanza desde la misma puerta del aznarato. No sé si fue falta de valor o aglomeración de prioridades, pero no hizo nada con el aborto.
Ahora (no hay dos sin tres) aquella anécdota me permite comprender que a la cara, cara, nadie le dirá algo a Aznar fácilmente. Pero tampoco hace falta.
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