Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
TAL vez no hayas oído nunca hablar de ellos pero estoy seguro de que, con tan solo leer sus apodos, ya estás viajando a esa ruda Andalucía de caminos, bandoleros y vino dulce... Y si eres ya capaz de poner rostro -a cada uno de estos pintorescos motes- no te costará nada catapultarte a la época dorada del Villamarta; terminar en uno de los muchos tabancos que inundaban la ciudad o acabar sentado, virtualmente, entre el acalorado público que abarrotaba los festivales de verano... Porque no había recital donde no estuviesen estos tres palmeros ofreciendo su compás. La Paquera, El Sordera, Terremoto... fueron varios de los artistas que contaron con su arte. Digo más: si Picasso hubiera tenido la suerte de conocerlos habría proyectado tres formas universales sobre el horizonte jubiloso que proclaman los palos más festeros.
Cada uno de su padre y de su madre, diferentes pero al mismo tiempo compenetrados de un modo nunca visto; un triángulo que ha perdido -por desgracia- uno de sus vértices.
El Monea -perteneciente a la dinastía de los Agujetas y Los Rubichi- era el hombre mejor vestido y peor conjuntado de todo Jerez según decían sus amigos. Aún así, no había mejor espectáculo en la ciudad que verlo subir por la cuesta de San Telmo con su chaqueta, su pantalón de pinzas y sobre sus hombros, cuando lo decía el tiempo, un jersey colorista y vitalista como él. Una energía que perdió, súbitamente, con la muerte de su hermano Diego.
Su estampa se descompuso pero no así su flamencura que siguió regalando hasta una triste mañana en la Plaza del Arenal. Allí se sentó -despacio- con el porte que le caracterizaba, levantó la mirada al reloj y decidió -justo en ese momento- entregarse a su última sonrisa. Le había hecho gracia ver como las agujas se habían detenido... sin haber perdido el compás.
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