Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

El cliente es lo primero (risas)

Las crisis poderosas no sólo destruyen economías, sino que hacen menguar logros sociales: derechos de usuarios, clientes, pacientes. El varapalo y el trauma nos hace timoratos y un poco ovinos. Dejamos de protestar, más allá de quejas en internet que no pasan de testimoniales. Tragamos: colas y reservas sine qua non, yincanas en webs y apps llenas de trampas en forma de contraseñas y sms confirmatorios para poder ver a un médico. Y no arde Troya, no somos de tomar la Bastilla. Este es un país en el que se raja entre amigos, o comiéndole el terreno y el coco a un vecino que se toma un café.

Tan poquísimo protesta y se planta la clientela por estas latitudes que cierta oferta puede llegar a mentir y hasta vacilar a quienes tienen domiciliados los recibos de una energética o una aseguradora. Normalmente, poniendo a los pies de los caballos a un teleoperador que quién sabe desde donde capea el temporal sin tener el más mínimo poder de resolver más que problemas repetitivos. Y los fuerzan a prometer a los clientes cualquier cosa -que no piensan cumplir- o a dar patadas a seguir entre largas esperas o con almadrabas burocráticas para expresar una queja. Y no pasa nada: Competencia (CNMC) no cobra casi ninguna de las multas que impone.

No hablo de oídas; o sí, porque por el oído -pegado al teléfono- me entraron el día de Nochebuena unas siete promesas de que en sucesivas horas se resolvería un apagón que afectó por quince horas a una manzana de casas, sin que nadie apareciera por el origen de la avería, más que localizada, porque es histórica y no se repara para no gastar dinero por cuatro gatos. Sí: este apagón resulta anecdótico comparado con el Gran Apagón del que alertaba Austria hace poco, mas es igual pero a escala micro: ni agua caliente, ni calefacción, ni internet, ni cargador... ni voluntad de arreglar el entuerto por parte de la operadora, tras agotar en el móvil a quienes les pagan. Como guinda a este episodio local, pero generalizado dado el caso, y tras dos o tres paseos con toda la pinta de paripé de furgonetas de subcontratas, la empresa mantenedora de los ascensores -que se habían bloqueado por el corte de luz- se te marca un José Mota: "Ya mañana, si eso, que hoy es fiesta". Qué soberano rostro. Tras horas de cabreos evitables, acceden a hacer lo que estipula su servicio comercial. Pero todo es, de nuevo, mentira: esto es Tempranillolandia High Tech. Agreguemos las granujadas corporativas micro y tendremos el escenario macro: ay, José Andrés, si este país es el más rico del mundo, será en chistorras.

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