Honor y gloria eterna a los miles de difuntos

Si ha habido, en esto días de sombrías opacidades, alguna cosa tan contraria al sentido común como los planteamientos interesados, partidistas, embusteros y poco fiables de los políticos - sálvese el que pueda y me temo que pocos van a alcanzar la tabla que los rescate de esa maledicencia en la que se hayan habitualmente - es el egocentrismo, la suficiencia, la vanidad el autoconvencimiento de que lo que dicen es la verdad absoluta, que tienen los directores estrellas de algunos programas - de radio, de televisión y, lo peor, del periodismo basura -, así como los colaboradores, tertulianos o telepredicadores que, diariamente, nos bombardean con sus espurias intervenciones y, por tanto, nos han vuelto locos sin saber a qué atenernos. Por eso, hace tiempo que dejé de oír la radio en mis caminatas matinales ni he vuelto a ver más tertulias de la tele. ¿Para qué ? Si escuchabas a unos, el cataclismo estaba a la vuelta de la esquina impulsado por las demoniacas acciones de los que eran contrarios a sus ideas. Si era otra la emisora comunicante, la magnificencia de lo que hacían los afectos a sus intereses era proverbial y gracias a sus actos estábamos inmersos casi en la salvación indiscutible. Para unos, por ejemplo, Don Simón, ese espíritu viviente de pobre aliño indumentario, que diría Don Antonio, era la pura encarnación del maligno y el exterminador perpetuo. Para los otros, el Coronel era, también, el ángel verde caído, azote y torturador de la verdad y culpable de todo lo posible e imposible. Los de las tres letras, pontificaban las glorias eternas del Presidente, los de las cuatro, lo condenaban inmisericorde, por sus maldades imperdonables, a las calderas eternas. Los del cinco miraban para otro lado, inmersos en sus locas a venturas. Los de la seis, a lo suyo. A esos voceros interesados, hasta la única verdad que, desgraciadamente, hemos tenido estos meses de dura existencia: los miles de muertos, varios cientos arriba o abajo según la cuenta, incluso, les ha servido como vehículo para sus discursos de estrellitas en ejercicio.

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