Marco Antonio Velo
Jerez: la calle Don Juan, Luis Ventoso, Loreto y el gesto de María Luisa
El guarán amarillo
No por incitarnos a beber lejía, por manipular redes para conseguir votos o por dar alas al hombre bisonte, sino por comprar el silencio de una actriz porno, el expresidente Trump se ha visto imputado por la justicia estadounidense. Su delito tendría que haber sido hacer el mundo más grotesco, más injusto, más hortera, más violento… Pero no: resulta, en fin, que su falta va a ser cuestión de dinerillo presuntamente mal administrado, movido con nocturnidad de un cajón a otro cuando la mano derecha hacía lo que no sabía la izquierda. Señores ricos del mundo, tengan cuidado. No se olviden del capo Al Capone que, después de enriquecerse con el tráfico ilegal, terminó en Alcatraz por evasión de impuestos. Y, luego, salió de allí olvidado, pobre y sifilítico. Que, aunque se pueda, no todo se debe comprar.
Y eso que, en estos días, una señora muy conocida se ha ido a EE.UU. y se ha comprado una niña. Cosa que no comparto por múltiples razones que no caben aquí, pero que choca con la posibilidad, mucho más humana, de adoptar un niño abandonado, huérfano o desvalido que tenga ya en su frente inscritos un futuro de orfanatos y un destino de desarraigos. Todo parece más bonito por ir siempre la acaudalada compradora vestida con ropa de marca (en esta compra miamense hay también un tufo a algo muy pijo) y salir las fotos en papel couché, pero no es menos espantoso que si alguien se va a la India, para a una señora que está vendiendo brazaletes de latón por la calle y le compra al niño que lleva de la mano. Que, aunque se pueda, no todo se debe comprar.
No lo sabía ese "científico" cordobés de alto impacto, uno de esos que llevan colgando de la oreja una etiqueta con su "índice H" y una camiseta que pone en la espalda "yo puedo colocar a una universidad en el ranking de Shanghai", que en estos días ha saltado a las páginas de los periódicos. Le parecía a él que el prestigio investigador también se puede comprar: pagando a revistas depredadoras que venden su alma al diablo o usufructuando, cual tratante de la isla de Goré, el trabajo de sus becarios y doctorandos. Le parecía a él cosa normal publicar un estudio cada 37 horas y firmarlo para otros centros de investigación, aunque su nómina se la pagase el dinero público de la Universidad de Córdoba. Por lo que él mismo dice, este hombre también se había comprado dos toneladas de vanidad, un par de quintales de descaro y varios cientos de kilos de impunidad. La impunidad de los que decidieron un día que la calidad del trabajo intelectual se medía por el número de "papers" y que cualquiera de ellos equivalía a un libro de filosofía de 500 páginas. Apúntenselo, señoras y señores candidatos municipales. No nos compren el voto con promesas engañosas, no nos oculten sus verdaderas intenciones, no digan que harán lo que no se pueda hacer. Que, aunque se pueda, no todo se debe comprar.
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