Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez, 1979: Choquet, Esteban Viaña, Manolo Benítez, Falconetti y Nadiuska
DUDAR es previo a desear. Antes de que el deseo nos llame, ha de haber algún motivo para que esto ocurra.
Si nos encontramos con un problema al que necesitamos dar solución, significa que el dilema nos agobia lo suficiente como para no poder evitar querer dar respuesta a la incógnita en la que estamos sumidos, y es esto lo que genera el deseo de buscar contestación a lo que nos inquieta; si no sentimos satisfacción suficiente con el estado de ánimo que mantenemos, la intención de cambiar esta sensación nos empuja a ir tras alguna alternativa capaz de dar la vuelta a ese estado de cosas; si la actitud que mantenemos no se nos muestra de acuerdo con la que quisiéramos que fuese, el propósito de mudarla nos empuja hacia el deseo de hacerlo. Es la duda, las más de las veces y en cualesquiera de las múltiples formas con las que se nos presenta, la que nos acerca a las puertas del deseo: deseo de conocer lo que desconocemos; de alterar lo que no nos convence; de saber lo que no sabemos; de cambiar lo que no se ajusta a las metas que nos hemos propuesto alcanzar; deseo de desear lo distinto, lo que nos falta, lo que imaginamos mejor, lo que desconocemos pero suponemos más favorable; deseo de ser como no somos y otros son. El deseo es el cambio, cambiar implica moverse, y el movimiento es la vida. Desear y los deseos, y todo es desear.
Dudar conlleva desplazarse, desde una posición mental a otra distinta. El movimiento es la realidad de nuestro mundo. Todo fluye, nada permanece; es el cambio lo que engendra la existencia que conocemos sin él, nada de lo conocido sería tal y como lo conocemos. Todo muda a cada instante, nada queda ahora como estaba en el momento anterior; nada es como era; y el hecho de dudar es buena prueba, una más, de ello.
Hay, y son muchos, quien teme, en mayor o menor medida, a la duda, pues sabe que si le permite la entrada se instalará en su existencia y la insustancial comodidad del mundo en el que sobrevive se vería sacudida e irremisiblemente alterada: si ella -la duda- está presente en su vida, la pretendida tranquilidad, creemos que siempre ficticia, ilusoria -lo opuesto a ilusionante- y fingida, se esfumaría para siempre; aunque, y por lo visto, descontar los días, satisfechos con esa patética falacia parece suficiente para tantísimo pobre de espíritu que se arrastra desparramado por esos mundos, que son de Dios y sin embargo inhumanos por carentes de conocimiento y sobrados de ignorancia -el destino, buscado o no, del hombre es la felicidad, sólo accesible a través de la sabiduría-; dudar impide el imaginado sosiego de las almas mediocres -desconocen lo que, en verdad, es el sosiego-, que no aspiran si no a vegetar en una rutina que les engaña, haciéndoles sentir protegidos, a salvo de los angustiosos “porqués” que tanto inquieta a las mentes, por fortuna, pensantes.
Es cierto que de ningún cobarde se escribirá nada que valga la pena recordar, y es más cierto, si cabe, que a quien le falte determinación para aceptar que el nuestro, que es el suyo también, es un mundo de dudas, no le quedará otro triste refugio que encerrase en la ignorancia que trajo consigo el día en que nació.
No podemos evitar llegar a una realidad que desconocemos y de la que no sabemos apenas nada, pero si podemos abandonar, en la hora que toque, esa realidad en la que transcurrió nuestra existencia habiendo tenido el coraje de enfrentar la duda, la voluntad de no cejar en esa contienda y la muy firme decisión de ganar la batalla. No se me revolucionen -diría Mario Moreno, Cantinflas-, somos conscientes que la guerra la tenemos perdida, pero no la batalla -que es lo que hemos escrito, “batalla”-, en ésta somos muy capaces de vencer, lo conseguiremos al pensar, al leer lo que otros pensaron, servirnos de sus deducciones y avanzar en las nuestras, al estudiar cómo entender y aprender a conocer; aunque terminemos siguiendo sin saber nada, esa indiscutible nada que nos limita será, sin duda, menos nada de lo que era antes de que pusiéramos nuestra mente a trabajar.
La duda intranquiliza y genera ansiedad, sin duda -valga la redundancia- es así, pero mucho peor es la angustia de permitirse el engaño de no dudar, tratando de sobrevivir en una realidad que no es sino duda.
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